No era la primera vez que llegaba tarde del trabajo. El
viento sacudía el abrigo bajo el que intentaba resguardarse. Miró su reloj. Las calles ya dormían. El silencio y el color anaranjado de esas farolas que nunca
le gustó tiznaba aquella noche de octubre con una pesada atmósfera de silencio.
Llegó a la puerta de su viejo apartamento. Blancas escaleras
de mármol llenas de hojas secas le daban la bienvenida como cada noche. Conocía
aquella rutina desde hacía años:
… El metal del bombillo al girar la llave…
…el chirrido de la puerta al abrirse...
… el eco de sus pasos en el portal…
… la maquinaria del ascensor al subir…
Aquella solitaria sinfonía culminaba con la puerta de su
apartamento cerrándose a su espalda, a la espera de repetir lo mismo al día
siguiente.
La función continuaba en el interior. Como un actor sin
público repitió las marcas que el director de la rutina le marcaba cada fin de
jornada:
- Cena precocinada, fácil de terminar en dos minutos.
- Café de máquina puro, a destiempo, sí, pero a él le gustaba para concentrarse.
- Algo con lo que acomodarse: La ropa diurna abandonada en el suelo a cambio de una suave bata marrón de terciopelo.
- La compañía de su mejor amigo; un vaso de wiskhy sin hielo.
Arrastró las zapatillas como si la suela fuese de cemento. Caminaba desganado, agotado por el día y expectante por la noche. Se
asomó por el ventanal del salón a contemplar la noche desde su sexto piso.
<<No me gustan esas luces>> solía pensar. Lo
cierto es que no recordaba por qué aquellas farolas anaranjadas a pie de calle
lo desagradaban, pero aquella moribunda luz siempre le transmitía un mal presagio.
Por otra parte el cielo encapotado; poco podía verse más allá de la certeza de
que sería una noche de lluvia.
Finalmente dio el primer trago a su vaso aún rebosante, y aún
con pies de hierro dirigió su pesado caminar rumbo al estudio donde pasaría
casi toda la noche.
31 de octubre. 22:40h
Apagó todas las luces conforme avanzaba por el pasillo: El
salón dormía, la cocina descansaba, el baño soñaba. Los cuadros a ambos lados
de las paredes lo observaban a cada paso, hasta que llegó a lo más profundo de
su hogar: Aquellas cuatro paredes repletas de estanterías y una mesa frente a
la puerta le habían visto pasar noches enteras despierto. Su casa dormía en el
silencio de la oscuridad. La única luz que permanecía despierta fue la de
aquella vieja lámpara del estudio. Apenas iluminaba la mitad de la mesa con un
lastimero tono amarillento, pero para escribir era suficiente. Le gustaba así.
Se sentó allí, frente a la mesa parcialmente engullida por la
misma oscuridad que le observaba al otro lado de la puerta. Jamás cerraba las
puertas, no tenía costumbre pues nadie le esperaba al llegar a casa. Nadie
invadía su tan odiada intimidad.
Un nuevo trago de wiskhy, tinta, papel, silencio y oscuridad.
Estaba listo.
1 de noviembre. 00:16h
Las palabras
danzaban por su mente, se deslizaban por su tinta culminando en frases de
papel. Le gustaba escribir historias de asesinatos, misterios y leyendas
conocidas. Lo desconocido siempre le apasionó. Las leyendas urbanas fueron su
tema elegido para hacer honor a la noche de difuntos. Disfrutaba de aquel
ambiente para dar forma a sus pensamientos. El aislamiento de la penumbra de su
piso le hacía sentir incómodo, pues en secreto deseaba que nada de lo que
escribía le ocurriese a él. Los terrores nacidos de su imaginación bien podrían
atormentar a un adulto, de hecho, más de una vez sus propias creaciones le
quitaron el sueño. Pero por fortuna todo quedaba encerrado tras las hojas que
escribía.
Miró su copa
de alcohol. Estaba vacía.
Levantándose
haciendo chirriar la silla fue entonces a la cocina. Necesitaba reabastecer su
vaso. Lo llenó de nuevo hasta arriba, apagó una vez más las luces y regresó al
estudio.
Pero allí,
tras sentarse antes de dar el primer sorbo, y proveniente de la cocina en la que
había estado tan solo unos segundos atrás, un sonido percibió:
Dos vasos
chocando entre sí.
Congelado de
incredulidad, y contemplando la oscuridad del pasillo que se mostraba frente a
él, guardó silencio. Inmóvil. Sin tan siquiera atreverse a parpadear. Aquel
sonido de un brindis inexistente en su cocina le dejó sin aliento.
Fue entonces
cuando la razón vino en su ayuda, intentando convencerle de que habría sido algún vecino, (pero él sabía
que cerraba siempre las ventanas). Intentó convencerle de que también pudo ser el
sonido de su propio vaso al portarlo en la mano (pero sabía que no había hielos
en su interior que imitasen un sonido parecido). Hasta quiso creer que había
colocado mal los vasos del fregadero y estos se habían resbalado (pero tampoco quiso
recordar que estaban recién limpios y ordenados en el armario).
Permaneció
en silencio, apenas respirando y con la mirada fija en aquella puerta que le
devolvía una oscura mirada a través del pasillo. Hasta que la razón lo limitó
todo a la peor aunque más efectiva excusa:
Un producto de su imaginación.
1 de noviembre, 00:50h
Los
siguientes minutos se hicieron eternos. Del mismo modo que su mente había sido
un cauce constante de ideas volcadas en los folios, durante ese tiempo se
transformó en un río estancado. Nada logró escribir desde el suceso que
intentaba evitar en sus pensamientos. De vez en cuando levantaba la vista
lentamente hacia la puerta, como si alguien al fondo de la oscuridad le
estuviera vigilando, pero no se atrevió ni siquiera a reconocer su propia
incomodidad con aquel pasillo frente a él.
Mas todo
ello pasó a un segundo plano, pues tenía que ir al baño. Dejando a un lado la
escritura, de la cual no tenía mucha esperanza para el resto de la noche,
reconoció en su interior que nunca antes le había costado tanto avanzar por la
oscuridad de su casa. Fue así como encendió todas las luces en su camino al
servicio.
Una vez
allí, el recuerdo de una mala sensación le recorrió la espalda. Recordó que
vivía solo. Recordó que no había nadie en casa. Entonces solo se hizo una
pregunta:
<<¿Quién
ha apagado la luz del baño?>>
Allí se vio
a oscuras antes de terminar, preguntándose una y otra vez cómo la luz podía
haberse apagado si el interruptor estaba fuera, en el pasillo. Sin pensarlo
mucho abrió bruscamente la puerta del baño y salió disparado, mirando a ambos
lados.
Todo parecía
normal.
Aquello,
lejos de tranquilizarlo perturbó aún más su cordura. Sin atreverse a echar la
vista atrás corrió de nuevo al refugio de su estudio decidido a cerrar por primera
vez la puerta, e incluso echar el pestillo.
Y de nuevo, antes
de que pudiera encerrarse, un calor agónico le atravesó el corazón: Las luces
del pasillo se apagaron, y mientras cerraba la puerta ya aterrorizado, vio las
del baño volviendo a encenderse.
1 de noviembre, 01:33h
<<Esto
no es real>> susurraba su mente. Atrincherado en la habitación que le
daba refugio, apenas podía controlar sus manos temblorosas pensando en lo que
había ocurrido. Se sentía seguro allí dentro. La vieja lámpara que apenas iluminaba
la estancia no se apagaría, pues tenía el interruptor bien sujeto. El cable
bailaba nervioso entre sus dedos mientras la lógica continuaba en su empeño:
<<Habrá
sido un fallo eléctrico>> le dijo. Y al final así lo creyó.
Con un
esfuerzo por intentar obviar lo sucedido, se convenció de aquellas
explicaciones lógicas que su mente quería creer. Los temblores disminuyeron, la
respiración se ralentizó. Todo volvía a la calma a pesar de que aún temía ver algo al otro lado que su mente no pudiera explicar.
Pero su
lámpara se apagó.
La que fue
su última amiga también le traicionó en el momento de mayor necesidad. Se
levantó bruscamente a oscuras de la silla, golpeando el vaso de alcohol hacia
el suelo en su estampida.
Intentó
desesperado volver a encenderla. No lo consiguió.
Perdido en
la oscuridad del que ya no parecía un refugio tan seguro, el estudio se
convirtió en una jaula que le encerraba con sus miedos más irracionales.
<<Habrá
saltado el automático de la luz>> se repetía entre jadeos. <<Había
nubes… seguro que fue la tormenta>>.
De una forma
u otra, su lógica, cada vez más diluida, le repetía algo que no quería hacer: Salir de nuevo.
1 de noviembre, 2:26h
Con un
tímido movimiento que en realidad no quería hacer sostuvo el pomo de la puerta.
La respiración entrecortada, las manos sudorosas y el corazón ardiendo le decían
que no saliera, pero la razón le recordó que incluso en el estudio la oscuridad
le había atrapado. Debía salir, atravesar el pasillo, llegar hasta el salón y
comprobar si la luz había saltado. Lo iba a hacer aunque no quisiera.
Sin pensarlo
más abrió la puerta del estudio. Nuevamente todo en completa oscuridad.
Caminó
dudando de cada paso. Aquel pasillo le engullía conforme avanzaba por él. No
veía nada, no escuchaba a nadie. Sus manos hicieron la función de sus ojos, que
se arrastraron a través de ambas paredes reconociendo los cuadros de antiguos
familiares allí colgados. Ellos eran su única guía.
Avanzó, lentamente,
pero sin pausa. Aquellos pocos segundos atravesando el camino al salón parecieron
horas, pero al fin podía verse el final. Entró allí acelerando sus pasos y se
asomó por el ventanal. Las calles estaban iluminadas y no había tormenta
alguna.
Comprobó el
automático de la casa. Todo en orden. La luz no estaba cortada y sin embargo no
funcionaba. El pasillo le miraba y él le esquivaba con la mirada. Se dirigió a
la cocina, pues allí guardaba una linterna. Suspiró aliviado al comprobar que
funcionaba.
Un alivio
que duró hasta escuchar unos pasos lastimeros por el pasillo. Lentos y
arrastrados como los suyos propios avanzaban a la altura del estudio.
Incapaz fue
de moverse. El sudor frío lo paralizó.
Los pasos
dejaron de arrastrarse para hacerse más veloces.
Ya iban por el baño.
Sus manos
mareaban el haz de luz de la linterna.
Temblaba entre sollozos ya no
disimulados.
Ante el
miedo aquello que venía dejó de caminar.
Corría.
Tan solo unos tres segundos le
separaban de la puerta de la cocina.
Bajo la
impotencia más abrumadora apagó la linterna para no ver qué era aquello que
asomaría por la puerta.
Gritó a oscuras de agónica impotencia.
Venía...
Ya estaba
ahí...
Pero nada
llegó...
Minutos pasó
en el suelo agachado, gritando por un terror que ni la lógica se atrevía a
explicar. Lejos de toda cordura se arrastró a gatas por el suelo asomando la
cabeza por el filo de la puerta. Encendió la linterna y su luz llegó a iluminar
la lejana mesa del estudio. Él se ahogaba en su propia respiración. Sin fuerzas
suficientes para mantenerse en pie avanzó por el pasillo cual recién nacido. A
medio camino vasos chocando de nuevo a su espalda. Más adelante nuevos pasos
arrastrándose tras él.
La lógica
que le había mantenido vivo se perdió en aquel mar de oscuridad. Poco a poco y
jamás echando la vista atrás logró incorporarse. Ya estaba cerca del estudio:
Pensaba encerrarse allí hasta el amanecer. Sus labios tiritaban, murmurando
frases incomprensibles y con la mirada perdida mientras se anclaba al umbral de
la puerta por fin.
Enorme fue el sobresalto de después. Un eco tras de sí de cuatro golpes en el pasillo le hicieron alumbrar inconscientemente hacia la oscuridad. ¿Qué fue lo que vio?
Los cuadros de sus familiares en el suelo.
Enorme fue el sobresalto de después. Un eco tras de sí de cuatro golpes en el pasillo le hicieron alumbrar inconscientemente hacia la oscuridad. ¿Qué fue lo que vio?
Los cuadros de sus familiares en el suelo.
1 de noviembre, 3:00h
Aquello le
hizo entrar en pánico. El shock fue tal que saltó por encima de su mesa a
resguardarse sin tan siquiera haber recordado cerrar la puerta. Atrincherado
bajo la mesa con las manos tapando su rostro, los folios en los que antes
escribió cayeron al deslizarse por ellos.
Ya no era
él.
No quedaba nada de lo que una vez fue. Tan solo un cascarón vacío de lógica
y lleno de locura. Se meció bajo la mesa traumado, musitando algo parecido a
una oración a una velocidad incoherente.
Los pasos
venían. Él los ignoraba.
Su corazón
apenas podía seguir respirando, pero en un impulso tan desafortunado como
involuntario, escritas en uno de los folios que había tirado al suelo, dos
pequeñas palabras, escritas en color naranja con caligrafía ajena a la suya se
asomaron por su mirada, leyendo entonces algo sencillo de entender:
''No mires''.
Nunca supo por qué lo hizo, ni siquiera por qué supo
exactamente a qué lugar se referían, pero tan pronto como
leyó aquello sus temblorosos ojos apuntaron lentamente hacia el fondo de las tinieblas al otro umbral de la puerta.
Una vela encendida apareció al fondo del pasillo. El color anaranjado del fuego rompía la oscuridad para mostrar
algo que nadie había puesto allí. La tenue llama iluminaba a lo lejos los cuadros de familiares abandonados en el suelo, mientras él, al instante, supo que era aquello lo que no debía haber mirado.
1 de noviembre, 3:03h
Ahogado por la locura de aquella madrugada y abandonado por un corazón que ansiaba dejar de latir, las últimas palabras en las que pudo pensar fueron las
de aquella frase que él nunca escribió.
La vela simplemente permanecía allí. Titilante, silenciosa, pero presente. Lo último que pudo apreciar fue cómo una ligera brisa meció con delicadeza la llama hacia adelante al tiempo que algo volvía a caminar en su dirección.
Agotado, pálido e inexpresivo ancló su mirada en el
pasillo, ahora vacío. Ya no quedaba nada en él que pudiera explicarlo. Allí se quedó, con su rostro iluminado de un cálido naranja perdiendo su mirada en las tinieblas.
¿Lo último en lo que logró pensar? Pudo odiar una última vez esa soledad, ese silencio en casa que, durante la noche de brujas, acabaría condenándole sin testigos.
Pues si cualquiera le hubiera acompañado, tal vez, y solo tal vez, alguien habría podido sobrevivir para dar sentido a aquellas últimas palabras que, mientras contemplaba la vela del pasillo, susurraron a su espalda:
‘’Te lo advertí’’...
-Vii Broken Crown -
''Me quedo en silencio escuchando su voz. El sueño es eterno, ya no sé quién soy''.-Mägo de Oz, el violín del diablo-
No hay comentarios:
Publicar un comentario