martes, 31 de octubre de 2017

Al fondo del pasillo [Especial Halloween]

No era la primera vez que llegaba tarde del trabajo. El viento sacudía el abrigo bajo el que intentaba resguardarse. Miró su reloj. Las calles ya dormían. El silencio y el color anaranjado de esas farolas que nunca le gustó tiznaba aquella noche de octubre con una pesada atmósfera de silencio.

Llegó a la puerta de su viejo apartamento. Blancas escaleras de mármol llenas de hojas secas le daban la bienvenida como cada noche. Conocía aquella rutina desde hacía años:

… El metal del bombillo al girar la llave…

…el chirrido de la puerta al abrirse...

… el eco de sus pasos en el portal…

… la maquinaria del ascensor al subir…

Aquella solitaria sinfonía culminaba con la puerta de su apartamento cerrándose a su espalda, a la espera de repetir lo mismo al día siguiente.
La función continuaba en el interior. Como un actor sin público repitió las marcas que el director de la rutina le marcaba cada fin de jornada:

  1. Cena precocinada, fácil de terminar en dos minutos.
  2. Café de máquina puro, a destiempo, sí, pero a él le gustaba para concentrarse.
  3.  Algo con lo que acomodarse: La ropa diurna abandonada en el suelo a cambio de una suave bata marrón de terciopelo.
  4. La compañía de su mejor amigo; un vaso de wiskhy sin hielo.

Arrastró las zapatillas como si la suela fuese de cemento. Caminaba desganado, agotado por el día y expectante por la noche. Se asomó por el ventanal del salón a contemplar la noche desde su sexto piso.

<<No me gustan esas luces>> solía pensar. Lo cierto es que no recordaba por qué aquellas farolas anaranjadas a pie de calle lo desagradaban, pero aquella moribunda luz siempre le transmitía un mal presagio. Por otra parte el cielo encapotado; poco podía verse más allá de la certeza de que sería una noche de lluvia.
Finalmente dio el primer trago a su vaso aún rebosante, y aún con pies de hierro dirigió su pesado caminar rumbo al estudio donde pasaría casi toda la noche.

31 de octubre. 22:40h

Apagó todas las luces conforme avanzaba por el pasillo: El salón dormía, la cocina descansaba, el baño soñaba. Los cuadros a ambos lados de las paredes lo observaban a cada paso, hasta que llegó a lo más profundo de su hogar: Aquellas cuatro paredes repletas de estanterías y una mesa frente a la puerta le habían visto pasar noches enteras despierto. Su casa dormía en el silencio de la oscuridad. La única luz que permanecía despierta fue la de aquella vieja lámpara del estudio. Apenas iluminaba la mitad de la mesa con un lastimero tono amarillento, pero para escribir era suficiente. Le gustaba así.

Se sentó allí, frente a la mesa parcialmente engullida por la misma oscuridad que le observaba al otro lado de la puerta. Jamás cerraba las puertas, no tenía costumbre pues nadie le esperaba al llegar a casa. Nadie invadía su tan odiada intimidad.

Un nuevo trago de wiskhy, tinta, papel, silencio y oscuridad. Estaba listo.
1 de noviembre. 00:16h

Las palabras danzaban por su mente, se deslizaban por su tinta culminando en frases de papel. Le gustaba escribir historias de asesinatos, misterios y leyendas conocidas. Lo desconocido siempre le apasionó. Las leyendas urbanas fueron su tema elegido para hacer honor a la noche de difuntos. Disfrutaba de aquel ambiente para dar forma a sus pensamientos. El aislamiento de la penumbra de su piso le hacía sentir incómodo, pues en secreto deseaba que nada de lo que escribía le ocurriese a él. Los terrores nacidos de su imaginación bien podrían atormentar a un adulto, de hecho, más de una vez sus propias creaciones le quitaron el sueño. Pero por fortuna todo quedaba encerrado tras las hojas que escribía.

Miró su copa de alcohol. Estaba vacía.

Levantándose haciendo chirriar la silla fue entonces a la cocina. Necesitaba reabastecer su vaso. Lo llenó de nuevo hasta arriba, apagó una vez más las luces y regresó al estudio.

Pero allí, tras sentarse antes de dar el primer sorbo, y proveniente de la cocina en la que había estado tan solo unos segundos atrás, un sonido percibió:

Dos vasos chocando entre sí.

Congelado de incredulidad, y contemplando la oscuridad del pasillo que se mostraba frente a él, guardó silencio. Inmóvil. Sin tan siquiera atreverse a parpadear. Aquel sonido de un brindis inexistente en su cocina le dejó sin aliento. 
Fue entonces cuando la razón vino en su ayuda, intentando convencerle de  que habría sido algún vecino, (pero él sabía que cerraba siempre las ventanas). Intentó convencerle de que también pudo ser el sonido de su propio vaso al portarlo en la mano (pero sabía que no había hielos en su interior que imitasen un sonido parecido). Hasta quiso creer que había colocado mal los vasos del fregadero y estos se habían resbalado (pero tampoco quiso recordar que estaban recién limpios y ordenados en el armario).

Permaneció en silencio, apenas respirando y con la mirada fija en aquella puerta que le devolvía una oscura mirada a través del pasillo. Hasta que la razón lo limitó todo a la peor aunque más efectiva excusa: 

Un producto de su imaginación.

1 de noviembre, 00:50h

Los siguientes minutos se hicieron eternos. Del mismo modo que su mente había sido un cauce constante de ideas volcadas en los folios, durante ese tiempo se transformó en un río estancado. Nada logró escribir desde el suceso que intentaba evitar en sus pensamientos. De vez en cuando levantaba la vista lentamente hacia la puerta, como si alguien al fondo de la oscuridad le estuviera vigilando, pero no se atrevió ni siquiera a reconocer su propia incomodidad con aquel pasillo frente a él.

Mas todo ello pasó a un segundo plano, pues tenía que ir al baño. Dejando a un lado la escritura, de la cual no tenía mucha esperanza para el resto de la noche, reconoció en su interior que nunca antes le había costado tanto avanzar por la oscuridad de su casa. Fue así como encendió todas las luces en su camino al servicio.

Una vez allí, el recuerdo de una mala sensación le recorrió la espalda. Recordó que vivía solo. Recordó que no había nadie en casa. Entonces solo se hizo una pregunta:

<<¿Quién ha apagado la luz del baño?>>

Allí se vio a oscuras antes de terminar, preguntándose una y otra vez cómo la luz podía haberse apagado si el interruptor estaba fuera, en el pasillo. Sin pensarlo mucho abrió bruscamente la puerta del baño y salió disparado, mirando a ambos lados.

Todo parecía normal.

Aquello, lejos de tranquilizarlo perturbó aún más su cordura. Sin atreverse a echar la vista atrás corrió de nuevo al refugio de su estudio decidido a cerrar por primera vez la puerta, e incluso echar el pestillo.

Y de nuevo, antes de que pudiera encerrarse, un calor agónico le atravesó el corazón: Las luces del pasillo se apagaron, y mientras cerraba la puerta ya aterrorizado, vio las del baño volviendo a encenderse.

1 de noviembre, 01:33h

<<Esto no es real>> susurraba su mente. Atrincherado en la habitación que le daba refugio, apenas podía controlar sus manos temblorosas pensando en lo que había ocurrido. Se sentía seguro allí dentro. La vieja lámpara que apenas iluminaba la estancia no se apagaría, pues tenía el interruptor bien sujeto. El cable bailaba nervioso entre sus dedos mientras la lógica continuaba en su empeño:

<<Habrá sido un fallo eléctrico>> le dijo. Y al final así lo creyó.

Con un esfuerzo por intentar obviar lo sucedido, se convenció de aquellas explicaciones lógicas que su mente quería creer. Los temblores disminuyeron, la respiración se ralentizó. Todo volvía a la calma a pesar de que aún temía ver algo al otro lado que su mente no pudiera explicar.

Pero su lámpara se apagó.

La que fue su última amiga también le traicionó en el momento de mayor necesidad. Se levantó bruscamente a oscuras de la silla, golpeando el vaso de alcohol hacia el suelo en su estampida.

Intentó desesperado volver a encenderla. No lo consiguió.

Perdido en la oscuridad del que ya no parecía un refugio tan seguro, el estudio se convirtió en una jaula que le encerraba con sus miedos más irracionales.

<<Habrá saltado el automático de la luz>> se repetía entre jadeos. <<Había nubes… seguro que fue la tormenta>>.
De una forma u otra, su lógica, cada vez más diluida, le repetía algo que no quería hacer: Salir de nuevo.

1 de noviembre, 2:26h

Con un tímido movimiento que en realidad no quería hacer sostuvo el pomo de la puerta. La respiración entrecortada, las manos sudorosas y el corazón ardiendo le decían que no saliera, pero la razón le recordó que incluso en el estudio la oscuridad le había atrapado. Debía salir, atravesar el pasillo, llegar hasta el salón y comprobar si la luz había saltado. Lo iba a hacer aunque no quisiera.

Sin pensarlo más abrió la puerta del estudio. Nuevamente todo en completa oscuridad. 
Caminó dudando de cada paso. Aquel pasillo le engullía conforme avanzaba por él. No veía nada, no escuchaba a nadie. Sus manos hicieron la función de sus ojos, que se arrastraron a través de ambas paredes reconociendo los cuadros de antiguos familiares allí colgados. Ellos eran su única guía.

Avanzó, lentamente, pero sin pausa. Aquellos pocos segundos atravesando el camino al salón parecieron horas, pero al fin podía verse el final. Entró allí acelerando sus pasos y se asomó por el ventanal. Las calles estaban iluminadas y no había tormenta alguna.
Comprobó el automático de la casa. Todo en orden. La luz no estaba cortada y sin embargo no funcionaba. El pasillo le miraba y él le esquivaba con la mirada. Se dirigió a la cocina, pues allí guardaba una linterna. Suspiró aliviado al comprobar que funcionaba.

Un alivio que duró hasta escuchar unos pasos lastimeros por el pasillo. Lentos y arrastrados como los suyos propios avanzaban a la altura del estudio.

Incapaz fue de moverse. El sudor frío lo paralizó.

Los pasos dejaron de arrastrarse para hacerse más veloces. 

Ya iban por el baño.

Sus manos mareaban el haz de luz de la linterna. 

Temblaba entre sollozos ya no disimulados.

Ante el miedo aquello que venía dejó de caminar. 

Corría. 

Tan solo unos tres segundos le separaban de la puerta de la cocina.

Bajo la impotencia más abrumadora apagó la linterna para no ver qué era aquello que asomaría por la puerta. 

Gritó a oscuras de agónica impotencia. 

Venía... 

Ya estaba ahí...

Pero nada llegó...

Minutos pasó en el suelo agachado, gritando por un terror que ni la lógica se atrevía a explicar. Lejos de toda cordura se arrastró a gatas por el suelo asomando la cabeza por el filo de la puerta. Encendió la linterna y su luz llegó a iluminar la lejana mesa del estudio. Él se ahogaba en su propia respiración. Sin fuerzas suficientes para mantenerse en pie avanzó por el pasillo cual recién nacido. A medio camino vasos chocando de nuevo a su espalda. Más adelante nuevos pasos arrastrándose tras él.

La lógica que le había mantenido vivo se perdió en aquel mar de oscuridad. Poco a poco y jamás echando la vista atrás logró incorporarse. Ya estaba cerca del estudio: Pensaba encerrarse allí hasta el amanecer. Sus labios tiritaban, murmurando frases incomprensibles y con la mirada perdida mientras se anclaba al umbral de la puerta por fin.
Enorme fue el sobresalto de después. Un eco tras de sí de cuatro golpes en el pasillo le hicieron alumbrar inconscientemente hacia la oscuridad. ¿Qué fue lo que vio? 
Los cuadros de sus familiares en el suelo.


1 de noviembre, 3:00h

Aquello le hizo entrar en pánico. El shock fue tal que saltó por encima de su mesa a resguardarse sin tan siquiera haber recordado cerrar la puerta. Atrincherado bajo la mesa con las manos tapando su rostro, los folios en los que antes escribió cayeron al deslizarse por ellos.

Ya no era él. 
No quedaba nada de lo que una vez fue. Tan solo un cascarón vacío de lógica y lleno de locura. Se meció bajo la mesa traumado, musitando algo parecido a una oración a una velocidad incoherente.

Los pasos venían. Él los ignoraba.

Su corazón apenas podía seguir respirando, pero en un impulso tan desafortunado como involuntario, escritas en uno de los folios que había tirado al suelo, dos pequeñas palabras, escritas en color naranja con caligrafía ajena a la suya se asomaron por su mirada, leyendo entonces algo sencillo de entender:

''No mires''.

Nunca supo por qué lo hizo, ni siquiera por qué supo exactamente a qué lugar se referían, pero tan pronto como leyó aquello sus temblorosos ojos apuntaron lentamente hacia el fondo de las tinieblas al otro umbral de la puerta.

Una vela encendida apareció al fondo del pasillo. El color anaranjado del fuego rompía la oscuridad para mostrar algo que nadie había puesto allí. La tenue llama iluminaba a lo lejos los cuadros de familiares abandonados en el suelo, mientras él, al instante, supo que era aquello lo que no debía haber mirado.
1 de noviembre, 3:03h

Ahogado por la locura de aquella madrugada y abandonado por un corazón que ansiaba dejar de latir, las últimas palabras en las que pudo pensar fueron las de aquella frase que él nunca escribió.

La vela simplemente permanecía allí. Titilante, silenciosa, pero presente. Lo último que pudo apreciar fue cómo una ligera brisa meció con delicadeza la llama hacia adelante al tiempo que algo volvía a caminar en su dirección.

Agotado, pálido e inexpresivo ancló su mirada en el pasillo, ahora vacío. Ya no quedaba nada en él que pudiera explicarlo. Allí se quedó, con su rostro iluminado de un cálido naranja perdiendo su mirada en las tinieblas.

¿Lo último en lo que logró pensar? Pudo odiar una última vez esa soledad, ese silencio en casa que, durante la noche de brujas, acabaría condenándole sin testigos.

Pues si cualquiera le hubiera acompañado, tal vez, y solo tal vez, alguien habría podido sobrevivir para dar sentido a aquellas últimas palabras que, mientras contemplaba la vela del pasillo, susurraron a su espalda:


‘’Te lo advertí’’...

-Vii Broken Crown -

''Me quedo en silencio escuchando su voz. El sueño es eterno, ya no sé quién soy''.-Mägo de Oz, el violín del diablo-

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