lunes, 26 de febrero de 2018

Nos volveremos a encontrar

―Tú también te acuerdas, ¿verdad?
El suave viento helado rompía el silencio de ambos. Aquella noche pocas nubes nos observaban. Hacía tiempo que no volvíamos allí juntos, y sin embargo, todo parecía idéntico a la última vez: La nieve bajo las botas. Los copos besando mi abrigo. La luna reflejada en aquel lago congelado. Los árboles dejaban caer escarcha a cada paso de los búhos en su hogar, una escarcha que se posaba sobre el embarcadero que alguna vez nos vio abrazarnos por última. Todo permanecía igual, congelado en el tiempo.
       ―Nunca lo olvidaré―respondió él.



     Yo sonreí cerrando los ojos. Me gustaba ir a ese lugar a menudo y alzar la vista al cielo para que la nieve se posase en mis mejillas lentamente. Me gustaba porque sabía que él vendría, sin entender cómo ni porqué, a quitármela con besos. Besos tiernos con unos labios que apenas rozaban mi piel, inexistentes, pero que siempre me estremecían.
     ―¿Cuánto tiempo ha pasado?―dijo sin separarse de mi cara. Yo estaba nerviosa. Como cuando le conocí, como volviéndolo a hacer... La única diferencia fue que ahora la experiencia me decía que no temiera, que nunca me fallaría.
     ―Tres años―respondí casi sin aliento, como un suspiro.
     ―Me ha parecido mucho más―respondió rozando mis brazos haciéndome sentir un escalofrío.
     ―Lo sé. Nunca me acostumbraré.

     Volví a abrir mis ojos. Le vi ahí, sonriendo a pocos centímetros de mi cara. Sonreía como solía hacerlo tiempo atrás. Aquellos ojos podrían contar en su reflejo mil historias con tan solo una mirada. Historias como la de aquella noche, pues ambos sabíamos que sería especial. Él hizo el intento de agarrarme de la mano, y apresurado, quiso llevarme al filo del embarcadero donde me invitó a sentarme. Yo le seguí, y ambos, sentados en las maderas cubiertas de blanco frente al lago helado, reinterpretamos uno de los momentos que un día más nos hizo sentir.
     ―Está a punto de empezar―dijo él mirando al cielo―. ¿Crees que será como la última vez?
     Yo guardé silencio agachando la cabeza. De pronto el cielo comenzó a ondear. Como una bandera al viento aparecieron infinidad de colores en el lienzo estrellado. Unos verdes, otros turquesa, todos allí arriba imitando el vaivén del océano queriendo ser navegable. La aurora en otro tiempo fue el símbolo de nuestro amor. Fue ella la primera testigo en ver el inicio de nuestra historia. Fue ella quien vio aquel primer beso, aquella primera promesa, aquel primer abrazo.

     ―¿¡Lo has visto!? ―insistió eufórico señalando al cielo.
En un principio pensé que se refería a nuestra aurora, pero no. De un momento a otro, cada pocos segundos una efímera línea blanca atravesaba el cielo. Primero una, luego otra, y otra, así hasta formar un baile de olas de color navegado por estrellas.
     ―¿Pedimos un deseo?―le dije.
     Él sonrió, y adelantándose, respondió.
     ―Deseo que esta noche no acabe nunca.
     Yo sonreí a escondidas con una lágrima interior.
     ―¡Te toca!―me animó.
     Respiré hondo, casi como inhalando puñales.
     ―Deseo volverte a conocer.
     Entonces sonrió. Y una nueva estrella cayó.
     ―Yo deseo no olvidar nunca nada de ti―dijo entrecruzando los dedos―. ¡Otra, te toca!
      ―Yo deseo que no me recuerdes si es para llorar.
      Entonces volvió a sonreír.
     ―Deseo ser siempre suficiente para ti. Ser quien esperabas que fuese―insistió con fuerza a otra estrella.
     ―Yo deseo que no pienses que no lo hice―respondí cual acto reflejo.
   Él apartó la mirada del cielo. La nieve decoraba su mirada nostálgica.
     ―Lo hice lo mejor que pude―respondió mirándome, encogido de hombros, bromista, con un alegre pero amargo tono.
     ―Siempre lo lograste―dije con la voz temblorosa―. Quizás el error fue no recordarte que lo conseguías.
    Él negó con la cabeza mientras se acercaba a mí. Posando sus manos en la nieve, mirándome como la primera vez.
     ―Nunca dejaste de recordármelo, aunque tú no lo veas así. Hay cosas de ti que otros conocemos mejor que tú misma. Por eso nos quedamos a tu lado.
   Yo agaché la mirada, sonriendo y sin saber por qué intentaba ocultarlo.

Infinidad de estrellas siguieron reflejándose en el hielo. Atravesando la oscuridad. Rompiendo los colores de la aurora. Nosotros, allí sentados, con la poca nieve que se posaba a nuestro alrededor, éramos los únicos testigos de aquella mágica madrugada en la que el bosque nos pertenecía.
     ―¿Te acuerdas de todos esos planes que nunca llegaron?―me dijo.
      ―Los recuerdo cada noche al intentar dormir.
      ―Quién nos iba a decir que no tendríamos tanto tiempo.
      El error fue nuestro al pensar que todos tenemos un futuro.
      ―Pero aprovechamos el tiempo―asintió.
      ―No―disentí―. 
     Él me miró sin comprender. Por su expresión pude leer que no esperaba una respuesta como la mía.
     ―Lo que lamentas al final no es lo que no llegaste a conseguir, sino la atención que no prestaste a lo que tuviste por mirar constantemente a lo que aún estaba por venir―respondí apretando con fuerza la nieve―. Nos centramos más en imaginar que en aprovechar.
     Él guardó silencio. Con una lenta mirada volví a buscar sus ojos, y sin ya ocultar unas lágrimas que me torturaban desde que le vi aparecer, sentencié:
     ―Eso es lo que de verdad nos quita el sueño por las noches.

   Con una expresión de desgarradora nostalgia no fui capaz de mantener la mirada. Mas él se dejó caer sobre mis piernas, apoyando su cabeza en ellas como solía hacer, tumbado en la nieve boca arriba y buscando mi mirada.
     ―¿Te arrepientes de haberlo vivido?
     Yo negué con la cabeza. Mil veces.

    ―Entonces no hay nada que reprochar. No existe un ‘’pude hacer más’’. No existe un ''lo hice mal''. Mereció la pena el tiempo que duró, de principio a fin, sin más―dijo con su inmortal sonrisa. Yo le miré, nerviosa, intentando acariciar su pelo como solía hacerlo... como solía hacerlo en aquel tiempo en el que se quedaba dormido entre caricias.
     ―Dime lo que más te gusta de mí―quiso saber sin llegar a apartar la mirada del cielo. Yo no dudé ni un instante.
       ―Que nunca estoy sola―le dije―. Ni siquiera ahora.

    Con las nubes arreciando cada vez más, despidiendo forzosamente a la aurora y las estrellas, aquella noche iba llegando a su fin. Ambos lo sabíamos, pero ninguno lo dijimos.
    
       ―¡Hagamos una cosa!―intentó animarme―. Pidamos un deseo, pero no a las estrellas, rápidas y caprichosas. Pidámoselo a aquella que siempre está ahí. Fiel, guardiana de historias eternas. Si pudieras pedir un deseo a la luna, sabiendo que se cumpliría al cien por cien... ¿qué le pedirías?
     Un puñal me desgarró el corazón. No podía responder. No quería decirlo en voz alta.
   ―¡Vamos!―insistió intentando cogerme de las manos mientras su voz se difuminaba―Yo desearía volverte a recoger en la puerta de casa una vez más.
   Guardé silencio entre lágrimas.
      ―Pídelo―insistió ya casi como un eco resonando en el bosque―pide algo que quisieras de verdad.
     Pero no pude hablar.
      ―Dímelo. ¿Qué pedirías?

     Yo guardé silencio. Un doloroso silencio. Alzando la mirada entre ríos de impotencia, contemplando por última vez aquellos ojos que un día me hicieron volver a soñar y ahora desaparecían, respondí:

     ―Que estuvieras aquí de verdad...

      Aún no sé cómo, pero por un instante sentí su frente apoyada en la mía. Aquella piel que un día acaricié antes de dormir se despidió, por última vez, como siempre, feliz. No tuve mi deseo cumplido, no volví a dormir con él, pero pude sentir su lágrima congelándose en mi mejilla al susurro de: ''No te preocupes, pequeña. Nos volveremos a encontrar''.
     Y es que aún recuerdo las noches a su lado, los planes a medio escribir, la vida a medio disfrutar. No entiendo por qué no vemos lo que tenemos hasta que se va. No comprendo por qué un solo error vale más que cien aciertos. No logro entender por qué un te quiero ha de ocultarse o un abrazo aplazarse como si el tiempo fuese nuestro aliado.

No entiendo por qué  callamos en vida para susurrar en la muerte.



Pues aquella noche, solo unas huellas se marcharon de aquel lago. Pues bajo la aurora solo uno caminó.

                                    -Vii Broken Crown -

''Hay tantas cosas que nunca te dije en vida. Que eres todo cuanto amo. Y ahora que ya                           no estás junto a mí; te cuidaré desde aquí'' -Mägo de Oz, Desde mi cielo-

1 comentario: