miércoles, 24 de enero de 2018

Un adiós sin despedida

Una vez llegué a plantearme una pregunta interesante: Si te dijeran de antemano que alguien conseguirá hacerte feliz durante años, pero con la condición de saber que acabará alejándose sin explicación, ¿te gustaría saberlo?


Como es normal, esta cuestión puede aplicarse en muchos sentidos, pero el tema en el que quiero centrarme hoy es en las amistades de la niñez.
Creo que de vez en cuando es bueno pararse a pensar en lo que dejó de ocurrir. En qué momento algo deja de ser un hecho, para pasar a convertirse en recuerdo. Esa línea invisible que separa ambos conceptos se cruza en un instante del cual nunca somos conscientes. No hasta mucho después, al menos.

¿Quién no recuerda esas primeras amistades? 
Esos días en los que la máxima expresión de felicidad era que os dieran permiso para dormir juntos en casa del otro. Esas noches de risas, gastando bromas, jugando a las consolas, o hasta sincerándoos antes de caer rendidos ante el sueño. Años y años reservándoos el sitio el primer día de clase para estar todo el curso sentados al lado del otro. Tardes en bici, o en la calle a las puertas de casa. Planeando travesuras, decidiendo el plan del viernes por la tarde, decidiendo qué os llevaríais a la casa de campo ese fin de semana, o repitiendo la gran frase de ‘’nos toca dormir en tu casa’’.

Yo aún recuerdo todo aquello. Recuerdo el teléfono fijo de casa sonando, sabiendo que era para mí antes de descolgar. Recuerdo los cumpleaños, los videojuegos en aquella antigua Game Boy y hasta aquellos secretos que solo nosotros nos contábamos.

Pero llega un momento del que no eres consciente: 

Creces. 

Crecéis.

Y mientras cada uno define sus nuevos intereses, sus nuevas amistades, sus nuevas aficiones, lentamente, y sin que ninguno os deis cuenta, aquello va quedando atrás.
Entonces eres consciente: El teléfono deja de sonar. La calle cada vez queda más vacía. De repente te encuentras tú solo en un plan que antes era para dos. Tristemente esa amistad comienza a extinguirse, y para cuando quieres darte cuenta dejas de esperar al viernes por la tarde. Ya no hay más planes. Ya no volvéis a reír juntos. Ya cada uno duerme en su casa.

Lo más triste es que no ocurrió nada malo. No hubo enfado. No hubo un desencadenante que os dijera ‘’hasta siempre’’. No, todo se resumió a un constante e indetectable alejamiento.

El peor adiós es el que no tuvo despedida. Aquel que ninguno pedisteis y sin embargo estáis obligados a aceptar. No creo que todo lo que se define como crecer o madurar lleve implícito el concepto de algo bueno. Creo que también perdemos partes de nosotros en el proceso. Partes que pueden residir en viejas amistades, en un valor, una forma de ser concreta, o hasta en la propia habilidad que tiene un niño de imaginar, incomparable a los restos que le quedan a un adulto.

Es así. Todos tenemos, y tendremos personas que, lentamente y con la bruma del tiempo nublando su silueta, se desvanezcan de nuestro camino sin razón aparente. Sin un problema, sin una discusión. Tomáis caminos que os separan cada vez más hasta que aquellas tardes se convierten en un bonito recuerdo que ambos mantenéis en silencio.

Frente a la pregunta del principio, y abriendo el espectro de la cuestión a cualquier tema, creo que respondería que no. No querría saber dónde, cuándo o cómo será el final de algo. Ni siquiera de los mejores capítulos de mi propia historia. 
Si bien es cierto que existe una contraparte de ser atropellado por los acontecimientos, de darse de bruces con la realidad quizás demasiado tarde, sigo pensando que la incertidumbre del no saber sigue siendo lo que le da vida a la vida, valga la redundancia. Personalmente creo que al no saber si algo tendrá final o no, aprovechamos cada día por si acaso llega a ser el último, dando lo mejor de uno mismo, o al menos intentándolo, para que aquello de lo que no queremos conocer un final no llegue nunca.

La vida, como todo buen libro, tiene casos en los que conocer demasiado perjudica la experiencia en sí misma. Debe haber un equilibrio, un contrapeso entre lo que sabemos y lo que podemos llegar a intuir.

Por mi parte, creo que aquellas amistades que tuve de niño fueron, aunque muy escasas, las mejores que pude encontrar. Puedo decir sin miedo que tuve grandes mejores amigos, varios incluso a la vez, pues cada uno de ellos eran del todo irreemplazables al ofrecerme momentos totalmente distintos e inolvidables.

Hoy ya no camino junto a ellos. Hace muchos años que nuestros caminos se disiparon en la niebla. Pero a pesar de todo quiero creer que piensan lo mismo que yo. Creo, o quiero creer, que  aún a veces me recuerdan.  



Aún hoy, a veces, esas añejas amistades nacidas en la era del colegio nos miramos, sonreímos, y entonces me doy cuenta de que ni siquiera el tiempo consigue que aquello desaparezca. Porque en sus sonrisas acompañadas de un ya común saludo como otro cualquiera, aún veo la misma mirada de aquellos niños que, ahora en silencio, parecen susurrarse desde el interior un leve pero intenso:
''Lo sé''.

                                    -Vii Broken Crown -


''He puesto a secar mis recuerdos frente al sol'' -Mägo de Oz, Dies irae-

Por el ''laboratorio Pokémon''.
Por el ''a tu casa o a la mía''

Por vosotros, por crear lo mejor que puedo contar de mi infancia.

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