Hacía tiempo que mis palabras no nacían al abrigo de este
lugar. Hubo un tiempo en que cada noche este asiento aguardaba mi visita, pero
aunque los horizontes de uno se amplíen creo que siempre es bueno regresar de
vez en cuando allí donde tu camino comenzó.
El escenario se repite, parece el mismo de hace años. Una
tarde a punto de convertirse en noche, con el cielo lleno de nubes grises que
preparan una lluvia inminente, frío del que me protejo con ropa invernal, y un
escritor sentado con su libro frente al mar.
Escribo desde mi viejo Santuario, allí donde la soledad
escuchó mis palabras durante años. Observando las gentes pasear y los niños
patinar. Todo está prácticamente igual, y sin embargo, me es inevitable sonreír
al pensar en una frase que viene a mi mente: ''Cómo ha cambiado todo''.
Lo que hoy vengo a contar a quien me escuche, es un tema del
que tenía muchas ganas de hablar hace ya bastante tiempo. Con el paso de los
años me he dado cuenta de que mi vida está marcada por ciertos recuerdos que se
suceden como una cadena que marca el camino que recorrí hasta hoy definiendo lo
que soy. Poco a poco voy conociéndome a mí mismo, y olvido esa falsa creencia de
saber quien soy al 100%, pues ni siquiera uno mismo es capaz a veces de
conocerse, saber lo que hizo bien o mal, controlar sus emociones o incluso,
valorarse como es debido.
Pero en mitad de esa cadena de recuerdos, de esa sucesión de
diapositivas que guardamos en la memoria, de vez en cuando encontramos algo
mucho más grande: Un enorme candado que encierra en su interior al que podría
definirse como el ''hermano mayor'' de los recuerdos:
Un anclaje.
¿Y qué es un anclaje?, sencillo:
Un anclaje es un punto de inflexión. Un momento culminante
que marca un antes y un después sobre un lugar, una palabra, un objeto, un
sonido y hasta incluso un aroma. Puede ser cualquier cosa, lo que sea, pero
siempre estará ligado a una persona.
...Unos escalones donde te sientas a reflexionar…
...Esa canción que te acompañaba cuando nadie más lo hizo…
...Una playa que dejaste de visitar…
...Aquel personaje con el que te identificaste desde niño…
...Ese peluche fruto de un regalo…
...Una colina que te lleve a tu adolescencia…
...Ese perfume que no puedes olvidar…
...Esa pulsera en tu brazo…
...Ese amigo que no volvió…
...Ese ''siempre'' o ese ''gracias'' con dueño…
...Ese lugar inmortalizado en una foto…
...Esa frase que nunca dijiste…
...Esas líneas que alguien escribió...
...Esa fecha de ilusión…
...Aquella casa a la que no volviste a entrar…
...Esa saga con nombre y apellidos…
...Esa frase por bandera…
...Ese engaño y decepción...
...Un puente sobre el que bailasteis…
...Aquel aroma a tierra mojada por la tarde…
...Esa persona convertida en mágico animal...
Lo cierto es que hay muchos tipos de anclajes. Sin
duda los más comunes suelen ser sonidos y lugares, pero van mucho más allá.
Desde una sonrisa involuntaria al bajar de un coche hasta el aroma a vainilla
de una vela perfumada. Incluso me atrevería a decir que hay personas que se
convirtieron en anclajes vivientes de alguien. Algo tan grande que necesita de
una persona completa para reunir la infinidad de sensaciones que es capaz de
provocarte. Aunque esto no quiere decir que todos los anclajes sean alegres,
también los hay difíciles y duros por recordar, pues los capítulos más
importantes de cualquier libro también narran la caída de muchos héroes.
Anclajes que pueden llevarse en la memoria, como un
recordatorio de lo que perdiste o no debes volver a repetir.
Anclajes que pueden llevarse en el corazón, como un
recordatorio de quién fuiste capaz de ser, o eres, y lo que estás dispuesto a
luchar por recuperarlo o mantenerlo en ti.
Anclajes que pueden llevarse en el alma, como una
promesa viviente de cuánto serás capaz de lograr para ser fiel a tus propias
promesas.
Yo los veo como pequeños consejeros que siempre están
ahí, dando un toque de atención cada vez que pasas por ese lugar, escuchas esa
canción, ves ese objeto o hueles esa rememoración. Y aun así, tenlo
presente. Un anclaje siempre estará ligado a una persona, y si no encuentras de
quién, puede que esté ahí porque te recuerda a ti mismo, por lo que un día fuiste o
desearías llegar a ser.
Si pudiera dar un consejo, lejos de intentar darle un
significado concreto a estos pequeños tesoros que la vida pone en nuestro
viaje, sería este:
Nunca te arrepientas de ninguno de tus anclajes,
independientemente de lo que traigan a tu memoria. Ellos son quienes te hacen
ser. El código vital que define tu existencia. Si están ahí es por algo, y sea
lo que sea aquello que traigan a tu mente, seguro que no debes olvidarlo.
Incluso aquellos anclajes más tristes pueden darte fuerza para encontrar otros
nuevos mucho más felices.
Pero sobre todo, nunca olvides los felices, pues serán
ellos los que te hagan sonreír cuando menos te lo esperes. Cuando más lo
necesites.
-Vii Broken Crown -
''La felicidad no consiste en todo obtener, sino en saber sacar lo bueno que te da''. -Mägo de Oz, El atrapasueños-.
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