Hubo un día en que decidí saber qué se sentiría al tener la
hierba bajo mis pies. Lejos de cualquier pensamiento racional, en aquella
pradera del color verde más poderoso que conocí, me pregunté por qué debía
caminar con los mismos pasos fabricados para ciudad. La hierba que acaricia mis
botas con un leve cosquilleo al respirar del viento detiene su avance frente a
un acantilado. Un nuevo acantilado al que esta vez…
Llegué volando.
En aquel abismo que marcaba el final de la isla a cientos de
metros sobre un gélido mar, tumba de heladas rocas sepultadas por el oleaje, seguía
preguntándome por qué aún no sabía lo que era realmente caminar descalzo por la
piel del mundo. Demasiada costumbre a caminar por baldosas y asfalto, supongo. Aquel
atropello de emociones me hizo echar en falta cierta libreta que esta vez no
portaba conmigo.
Es extraño, y curioso, de hecho, pero por primera vez escribo
sin tinta ni papel. Lejos de casa escribo este recuerdo en el lienzo de mi
memoria. Sé que en unos meses necesitaré repasar los apuntes que ahora grabo en
mi alma para darles forma física, pero por ahora me basta con sentir mis dedos
perdidos en la fría hierba.
Hoy he cambiado unos minutos patinando por varias horas en
avión y otras muchas de coche, pero esta es una de esas oportunidades que solo
ocurren una vez en la vida.
Me encuentro en el límite del mundo, un lugar donde tierra y
aire se abrazan decorando su cariño con inmensas caídas al mar. La meta de los
ríos marca el fin de la carrera con enormes cascadas, las nubes se arremolinan
en un cielo grisáceo que besa mi piel con pequeñas gotas, y el viento susurra
una sonrisa que se asoma por mi rostro.
Una estampa sacada de mis mejores fantasías a la que los
vientos helados del norte un día llamaron Escocia.
Los acantilados de Kilt Rock, en la isla Skye, para ser
exactos, son mi escritorio esta vez. He abandonado la soledad de mi cuarto al
escribir para rodearme de pura naturaleza y la mejor compañía para decorar mis
primeras palabras.
La sensación de un increíble futuro recuerdo me acoge bajo la
brisa del norte. Siento que estoy viviendo un instante tan importante para mi
propia vida que todo cuanto pudiera decir no sería suficiente para hacerle
justicia.
Sonriendo y contemplando el espectáculo natural que me
envuelve me doy cuenta de que estoy viviendo en directo uno de mis mayores
sueños hecho realidad.
Las nubes cobran fuerza, se vuelven más oscuras, la lluvia
cae con mayor intensidad, y coincidiendo con ese pensamiento de haber logrado
algo grande, veo el primer rayo atravesando el cielo de Gran Bretaña.
<<...No ha sido casualidad...>> escuché en mi interior
con el tono de voz de cierto guardián al que puedo llamar amigo. Y lo cierto es
que sabía que tenía razón, pues aquello, siendo el final de la propia tierra, a
su vez supe que también era inicio de algo grande. Tan grande como aquellas
nubes grisáceas que volaban sobre mí y que tanto me gustaban. Quise confirmar
mis sospechas. Me concentré. Cerré los ojos. Pensé en otro sueño cumplido meses
atrás. Miré al cielo, y un nuevo relámpago sacudió el cielo escocés.
Y entonces… eché a correr.
Corrí por aquellas colinas verdes
con la energía Edward Kenway abordando un galeón.
Con la ilusión de Sora por poder contar con sus amigos junto
a él.
Corrí como si al otro lado de la colina me esperasen los
Sombrero de paja para unirme a su tripulación.
Con las ansias de al fin poder ser yo mismo al igual que
Roxas.
Como si fuese capaz de invocar los vientos a mi alrededor
cual mágico chamán de Azeroth.
Como si al fondo de aquella colina me esperase el mismísimo
Lugia para volar sobre su lomo.
Como si esta vez… todos los mundos se unieran y el concepto
fantasía y realidad se convirtieran en uno solo.
Siendo consciente de lo que soy y dejé de ser, salto en mitad
de la carrera sin que mis pies caigan al suelo. Me elevo como si buscara la
segunda estrella a la derecha y todo recto hasta el amanecer. Doy vueltas,
saltos en el aire, me dejo caer y vuelvo a elevarme.
Allí en el aire me doy cuenta de que ya no habrá más noches
en completa soledad. Ya no siento un vacío en mi interior cual sincorazón
privado de alegrías.
Ya no escucho el eco de lo que podría ser, sino la certeza de
lo que será.
La luna ya no acompaña mi soledad; complementa mi compañía.
Hoy al fin me siento capaz de todo. Pues si eres el culpable
de la felicidad de alguien también lo serás de la tuya.
Me siento completo, capaz de tocar los sueños con mis manos. Una
sensación que pasa tan desapercibida como el color del viento. Tan ineludible
como un susurro bajo el estruendo de una cascada, o tan invisible como tantos
años atrás yo mismo me sentía. Y resulta curioso, la verdad, porque el frío
abrazo de esta sencilla colina es más cálido que muchos corazones.
Quien me hubiera dicho que el supuesto camino equivocado de
hacer las cosas era el mejor que podía encontrar. Ese camino que algunos decían
que no me atrevería a tomar. Ese valor oculto que ni siquiera yo conocía en mi
interior. Hoy le debo ser yo a todo a lo que fui fiel aún cuando el mundo lo
negaba, y gracias a ello he conocido senderos aún desconocidos para quienes no
creen en estos pasos.
Pues dar por hecho que algo debe ser como todos lo hacen no
es más que seguir sin descubrir lo que nadie se atrevió a experimentar.
Desde las heladas tierras de Escocia digo esto: Vuelvo a
escribir. Empiezo a soñar. Pues mientras tenga la capacidad de sentir tendré la
necesidad de contarlo.
Esta vez no persigo un objetivo. Esta vez el objetivo me
encontrará a mí. No sé cuál será el rumbo, pero no lo busco. Me rindo a la
experiencia, al vivir, al soñar, al sentir. Al no saber, al no pensar. Al reir,
y por culpa de ello, a llorar. Se avecina tormenta, una tormenta cargada por
los sueños aún por conseguir.
Me rindo a las nubes que forman mi corona. Esta vez no huyo
de la tormenta, busco adentrarme en ella. Me dirijo al ojo de la tormenta. Mi
mapa son las ganas de hacer sonreír y mi mochila todo cuanto está por venir.
Desde aquí afirmo que cada sueño cumplido es un
relámpago iluminando el cielo. Una vorágine de deseos disfrazados de nubes,
lluvia y electricidad que por naturaleza solemos evitar. Pero me dispongo a viajar al corazón de la tormenta. Voy a iluminar mi cielo nocturno con una batalla de incontables relámpagos.
Los Truenos hacen retumbar el aire. La tierra tiembla por lo que se avecina. Frente a aquella tormenta
sobrevolando el gélido mar, apoyo mis pies en el suelo, respiro tranquilamente, y conforme me atrapa un
abrazo por la espalda, sonrío y contemplo lo que está por venir.
Bienvenidos al reino donde los sueños pueden leerse.
-Vii
Broken Crown -
''Siente que el viento ha sido hecho para ti'' -Mägo de Oz, Molinos de viento-
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