jueves, 27 de agosto de 2015

Las huellas del camino

Es curioso lo que puedes encontrar echando un vistazo atrás con la premisa de no tener intención de abandonar la felicidad que seguirá dando fuerza a tus futuros pasos. Una pausa que establezca una reflexión de lo que te ha llevado hasta donde estás, cuyo final sea interrumpido por la continuación de un viaje que nunca acabe.


A las puertas del final de un verano que se tornaba diferente incluso antes de nacer, miré atrás para abrazar lo que lentamente se convierte en recuerdo inolvidable. El calor abrasador de este año ha sido fiel a su promesa de no ser olvidado jamás. Diferente, alocado, emotivo, y sí, mejor que otros anteriores.
Escribo esto desde mi pequeño paraíso. Rodeado por un cielo anaranjado, sobre el césped y con el sonido del agua corriendo frente a mí. Podría decir muchas cosas sobre cómo me siento en este instante, pero prefiero ir al grano y resumirlo en una simple frase:

Soy feliz.

Feliz, ¡yo!, un forjador de historias cuyas páginas de su vida, acostumbradas a la melancolía de sentirse diferente, adivinaban la silenciosa procesión que llevaba por dentro hasta no hace mucho. El libro de una vida que nadie ha leído jamás hoy parece menos oscuro. Rayos de esperanza a un amanecer iluminan mis páginas por primera vez.

Por fin parece que estoy listo para seguir adelante, de dejar a un lado este descanso al filo del destino que ahora agradezco haber tomado. En otro tiempo hubiera dicho que ahora sé cuál es mi camino a seguir, pero creo que estaría equivocado al pronunciar esa expresión. ¿Que por qué digo esto, si al fin estoy donde siempre quise estar? Muy sencillo: Porque a base de vivir me he dado cuenta de que nunca avancé por ningún camino tal y como yo creía. No existe un rumbo establecido por el que debamos avanzar a lo largo de los años. Creo que somos nosotros, cada uno, quienes acogemos los pasos de otros. No somos caminantes, somos camino por el que avanzar.

Caminos que se muestran tan lejanos como un mar por medio que los separe. Kilómetros que separan remotas ciudades en donde jóvenes senderos nacieron por separado, los cuales, de no ser por su avance nunca se habrían cruzado. Millones de caminos que no significaron nada, y otros que lo significaron todo guiándome hacia los que formarían parte de mí.

Nos extendemos por los kilómetros solitarios de la existencia con la esperanza de que alguien pise nuestra superficie. A veces formamos cruces con otros que avanzaban por su cuenta y han coincidido contigo voluntaria o involuntariamente. Los caminos a los que yo llamo vidas de personas se cruzan con diferentes finalidades. Algunos lo hacen sin mirarse centrados en avanzar por su cuenta, pero mis caminos favoritos son aquellos que se encuentran en un punto que ninguno esperaba, por sorpresa y sin tiempo para reaccionar. Se miran, se cuentan hacia dónde quieren ir, y acuerdan acompañarse creando un sendero más grande en el que quepan más y mayores experiencias que caminen sobre ellos.

Porque esa es la auténtica naturaleza del verdadero caminante. Nosotros no caminamos; dejamos que sean otros quien lo hagan sobre nuestra vida. Esos ``otros´´ son la experiencia, las alegrías e ilusiones que acogemos al abrigo de nuestro abrazo. 

Avanzan por nuestra vida siguiendo el rumbo que nosotros decidimos marcar, y con sus huellas nos dejan tatuado un imborrable recuerdo que para siempre te dirá por qué alguien está ahí. Miles de intersecciones que durante este verano, y este año, ya son parte de mí gracias a que en algún momento mis caminos y yo nos cruzamos por casualidad.
Tanto tiempo perdido por lugares en los que solo se me decoraba con árboles secos, piedras, huecos y desniveles que hacían difícil recorrer mi senda, oculto por las sombras de una noche que no dejaba ver hacia dónde me dirigía. Pero ahora resulta que al fin tengo luz para saber dónde estoy y quién me acompaña por mi sendero arreglando los daños que al fin quedaron atrás.

Soy un camino, no quien avanza por él.

Soy una ruta por la cual no decido quién camina, pero que agradece los pasos de quienes se aventuran por mí. Nadie sabe hacia dónde conduzco, ni siquiera yo sé cuál es mi final pero… ¿a quién le importa? Ciertos sabios dijeron que lo importante es el camino, y en él, caer, levantarse, insistir y aprender.

No es uno mismo quien deja huellas en su avance; son los demás quienes las dejan en nosotros.

Como una playa en el amanecer, yo antes era un terreno liso, uniforme y perfecto. Pero el tiempo pasa, y con él, me he ido llenando de huellas a las que acaricio con el corazón. Ya no soy ese lugar vacío, inhóspito y desolado que adoptó una libreta como recipiente del alma para darle un respiro a su corazón. Hoy estoy lleno de huellas que me dan fuerza, de caminos que se unieron a mí para compartir rumbo, e ilusiones cuya mejor baza es no saber qué ocurrirá.

Hay quien puede interpretar estas palabras como un epílogo de lo que comenzó años atrás, y otros lo considerarán un prólogo de lo que aún está por venir. En cualquier caso ambos tienen razón.

Probablemente sea hora de levantarse y echar a volar. Llevo más de un año sentado al filo del acantilado y es hora de volver a caminar. Si hice este alto en el camino, si dejé de marcar mi ruta durante todo este tiempo, fue porque nadie caminaba sobre mí. Pero ahora que tengo una responsabilidad que se disfraza de éxitos cumplidos, personas a las que quiero y aspiraciones personales, no veo un mejor momento para cerrar una etapa y dar paso a la siguiente.

Tantas huellas sobre mí que me recuerdan al fin lo que tengo. Huellas que me hacen feliz a cada día, que me sorprenden, me abrazan, me cuidan y me animan a seguir adelante. Unas huellas que por primera vez me demuestran que el mundo no es tan oscuro como yo creía, que no todo siempre es igual y las excepciones existen. Huellas que intentan hacerme ver lo que valgo en realidad, y lo que puedo llegar a alcanzar si realmente me lo propongo.

Puede que el mundo esté gobernado por la oscuridad y aquellos a los que les encanta vivir en ella. Puede que la maldad inunde el aire que respiro, y que nunca consiga estar a salvo de una emboscada del exterior. Pero eso ya no importa, porque ahora sé que siempre queda un pequeño rincón de bondad incondicional capaz de desterrar a las más oscuras sombras al olvido solo con una sonrisa, una broma o un abrazo.

Sí, este ha sido un buen verano lleno de cosas por recordar, y este un buen año para nunca olvidar.

Desde aquí le digo a mis Cadenas restantes que se acaba su reinado. Soy libre de mi prisión. Ya es hora de terminar lo que un día empecé y sentir sin más cada segundo de esa historia a la que llamo vida.
 Puede que mi camino me lleve lejos, tanto que ni sepa dónde, pero... ¿quién ha dicho que no lo esté deseando?

-Vii Broken Crown-

``Aprende a volar con las alas del destino. Aprende a soñar y podrás tener el sol´´.  
-Mägo de Oz, Sigue la Luz-

1 comentario: