¿Sabíais que las golondrinas prefieren pasar más tiempo en
el aire que cualquier otra ave? A mi parecer, son los animales más conscientes
del don que se les ha otorgado y adoran disfrutar de él. Un don que a nosotros
se nos negó y que ha sido el sueño de muchos desde la infancia:
Poder volar.
Esa increíble y desconocida sensación de libertad sin
ataduras es algo tan normal en la vida de estos preciosos animales como para
nosotros lo es la capacidad de hablar. Además, son capaces de llevar a sus
crías sobre sí mismas en pleno vuelo, y también son las aves que más distancia
recorren durante su migración, llegando a los 950 kilómetros al día. Así llevan
repitiéndolo año tras otro; millones de años viajando sin cesar y anunciando
con su canto que la primavera les sigue la pista.
Pero regresemos a unos cuantos años atrás. Imaginad una
tarde de abril; está anocheciendo, el cielo está rojizo con alguna nube
asomando sobre los edificios. Los coches ya apenas circulan por las calles, y
desde los balcones puede escucharse el canto de estos curiosos animales que
intentan volver a casa antes de que se haga de noche. Pero allí arriba, en el
tercer piso de un pequeño balcón, se puede ver a una mujer, sentada allí fuera,
en silencio y contemplando el baile de estas aves de un lado a otro. En mitad de su relajante tarde, a la sombra del atardecer, y
rodeada por la música que estos pájaros dejan caer sobre el aire, algo le llama
la atención a su espalda:
Un niño.
De alrededor unos 7 u 8 años, observa a su madre sentada en
el balcón, y ésta, con una sonrisa, le dice que se acerque para sentarse junto
a ella. El niño, aún lleno de preguntas sobre un mundo que todavía le resulta
extraño, contempla por primera vez el vuelo y el canto de esas golondrinas. Nunca
antes las había visto, y por su cara, la madre pudo apreciar que le habían
gustado.
―¿Qué hacen?―preguntó el chico al escuchar el piar
que resonaba en el eco de la calle.
―Esos pajaritos se llaman unos a otros para encontrar a su
familia―respondió su madre.
―Pero hay muchos― insistió el niño al ver decenas de
golondrinas frente a él.
―Por eso no se callan―continuó la mujer―.
Son tantos, y tan iguales, que tienen que estar todo el tiempo llamando a los
suyos para encontrarse.
El niño desvió la atención de las palabras de su madre,
satisfecho por la explicación, y descubrió algo más: Algunas golondrinas no
solo volaban, sino que además, unas pocas se metían en pequeños rincones de las
cornisas, encima de los toldos, y en cualquier pequeño agujero que alcanzase a
ver desde su balcón.
―¿Y ahora qué hacen?―quiso saber.
―Se van a casa―dijo su madre―. Cuando encuentran a su familia,
buscan un sitio donde vivir.
El niño, con más preguntas conforme adquiría respuestas, insistió:
― ¿Y ya no salen?
― Hasta que se hace de día no. Se quedan ahí durmiendo todas
juntas para no pasar frío por la noche.
Cuando su hijo quedó satisfecho de respuestas, la madre lo
abrazó fuerte mientras contemplaban los últimos vuelos de las golondrinas.
Entonces una voz captó la atención de ambos:
―¡Estáis aquí!, os estaba buscando.
―¡Papá!―gritó el niño, cuya mayor alegría al día era ver a su padre
cuando llegaba de trabajar.
―Os estaba llamando y no contestabais―dijo tomando en brazos a su
hijo, que corrió a su encuentro nada más verle―. Vamos dentro, hay que cenar antes
de irse a dormir.
Desde el aire, expresando su libertad, esta vez fueron las
golondrinas quienes, conforme padre, madre e hijo volvían al interior de la
casa, contemplaron a una familia unida resguardarse de la noche.
Supongo que no es algo que haya pasado inadvertido, pero
aquel niño, era yo.
Desde entonces guardo en mi memoria aquella tarde. El eco de
las golondrinas resuena en mi cabeza cada vez que estoy en el balcón de casa,
así como el momento en que descubrí el valor de aquellas tardes de niñez. Mi
amor a las aves no es infundado, aquella lección de mis padres me ha hecho
relacionar siempre a estos animales con la libertad, compromiso y perseverancia
que tienen ambos. Pero hasta no hace mucho desconocía una enseñanza aún
por desvelarse. Quitando el polvo a la estantería donde tenía archivado este
recuerdo, un último párrafo que nunca había leído me dijo que, igual, no somos
tan distintos de aquellas golondrinas.
Y es que nos pasamos la vida rodeados de personas iguales al
resto, buscando a los nuestros en mitad de la bandada y luchando por mantenernos en el aire mientras buscamos a
esa golondrina especial con la que compartir nido el resto de nuestra vida. Son
muchos quienes intentan nublar nuestra búsqueda, ya sea poniéndose en medio
de nuestro destino para que no lo lleguemos a ver, o empujándonos hacia el suelo golpeando nuestras alas, anhelando vernos caer. Pero si uno es tan fuerte como estos animales, y logra
recorrer esos miles de kilómetros cada año sin descanso, cuya única compañía sean aquellos que nunca te comprendieron, y manteniendo el vuelo
por un cielo solitario que parece interminable, al final uno encuentra a esa
golondrina que también viajaba buscándote a ti.
Es por eso que hoy agradezco ese encuentro. Hace 25 años,
dos golondrinas se convirtieron en familia, y gracias a aquel día hoy puedo
estar aquí, leyendo esto en la boda de mis padres casi como un viaje en el
tiempo.
Agradezco que me criasen en aquel nido; me enseñaron que yo también tenía alas y debía utilizarlas. A medida que crecía aprendí de ellos a cuidar de los míos, a ser fiel a mí mismo y a lo que quería llegar a ser. Comprendí que toda noche acaba en amanecer, y que cuando llega ese momento, uno es capaz de salir ahí fuera para buscar todo cuanto quería encontrar.
Y así ha ocurrido con los años. Todo cuanto necesitaba ha ido llegando a su tiempo. Esas personas que me encontré nada más nacer y que definen a la perfección lo que significa ser una familia. Los que llegasteis después, vosotros que habéis visto crecer a este niño, que habéis acompañado a mis padres durante toda la vida y que ahora me escucháis ahí sentados. Aquellos que llegaron cuando más lo necesitaba, y otros que lo hicieron cuando menos lo esperaba. Me resulta inevitable sentirme la persona más afortunada del mundo por tener a mis padres, a mi familia, a los amigos y a los sueños con nombre propio que decidieron convertirse en realidad.
Hoy sé, que nosotros también podemos volar, y que todos
buscamos nuestro nido, para vivir acompañados de esa golondrina que tantos años
nos costó encontrar.
Y por supuesto, como no podría ser de otra forma, agradezco a las mariposas que escuchan estas palabras desde su eternidad, que le dieran la vida a mi madre para que ella pudiese dármela a mí, y poder decir por ellas en su ausencia:
Vivan los novios.
-Vii Broken Crown-
-Vii Broken Crown-
``Ten mi mano, apriétala bien. Ten mi hombro, apóyate en él y a donde nos lleve el viaje iré; contigo iré. Y en tu descanso seré el reposo. Y en tu camino seré el andar. Y al sol mandé a avisar a la brisa que haga saber nuestro caminar´´. -Dime con quién andas, Mägo de Oz-
Dedicado a mis padres, Vicente y María José, que en el día de hoy celebran sus bodas de plata. Espero que este pequeño discurso que leí en vuestro banquete fuese algo que no olvidéis jamás.
Que bonito y muchas gracias por compartirlo con nosotros��
ResponderEliminar