sábado, 25 de abril de 2015

El vuelo de las golondrinas

¿Sabíais que las golondrinas prefieren pasar más tiempo en el aire que cualquier otra ave? A mi parecer, son los animales más conscientes del don que se les ha otorgado y adoran disfrutar de él. Un don que a nosotros se nos negó y que ha sido el sueño de muchos desde la infancia:
Poder volar.


Esa increíble y desconocida sensación de libertad sin ataduras es algo tan normal en la vida de estos preciosos animales como para nosotros lo es la capacidad de hablar. Además, son capaces de llevar a sus crías sobre sí mismas en pleno vuelo, y también son las aves que más distancia recorren durante su migración, llegando a los 950 kilómetros al día. Así llevan repitiéndolo año tras otro; millones de años viajando sin cesar y anunciando con su canto que la primavera les sigue la pista.

Pero regresemos a unos cuantos años atrás. Imaginad una tarde de abril; está anocheciendo, el cielo está rojizo con alguna nube asomando sobre los edificios. Los coches ya apenas circulan por las calles, y desde los balcones puede escucharse el canto de estos curiosos animales que intentan volver a casa antes de que se haga de noche. Pero allí arriba, en el tercer piso de un pequeño balcón, se puede ver a una mujer, sentada allí fuera, en silencio y contemplando el baile de estas aves de un lado a otro. En mitad de su relajante tarde, a la sombra del atardecer, y rodeada por la música que estos pájaros dejan caer sobre el aire, algo le llama la atención a su espalda:

Un niño.

De alrededor unos 7 u 8 años, observa a su madre sentada en el balcón, y ésta, con una sonrisa, le dice que se acerque para sentarse junto a ella. El niño, aún lleno de preguntas sobre un mundo que todavía le resulta extraño, contempla por primera vez el vuelo y el canto de esas golondrinas. Nunca antes las había visto, y por su cara, la madre pudo apreciar que le habían gustado.

   ―¿Qué hacen?―preguntó el chico al escuchar el piar que resonaba en el eco de la calle.
   ―Esos pajaritos se llaman unos a otros para encontrar a su familia―respondió su madre.
   ―Pero hay muchos― insistió el niño al ver decenas de golondrinas frente a él.
   ―Por eso no se callan―continuó la mujer―. Son tantos, y tan iguales, que tienen que estar todo el tiempo llamando a los suyos para encontrarse.

   El niño desvió la atención de las palabras de su madre, satisfecho por la explicación, y descubrió algo más: Algunas golondrinas no solo volaban, sino que además, unas pocas se metían en pequeños rincones de las cornisas, encima de los toldos, y en cualquier pequeño agujero que alcanzase a ver desde su balcón.
   
   ―¿Y ahora qué hacen?―quiso saber.
   ―Se van a casa―dijo su madre―. Cuando encuentran a su familia, buscan un sitio donde vivir.
   El niño, con más preguntas conforme adquiría respuestas, insistió:
   ― ¿Y ya no salen?
  ― Hasta que se hace de día no. Se quedan ahí durmiendo todas juntas para no pasar frío por la noche.
   Cuando su hijo quedó satisfecho de respuestas, la madre lo abrazó fuerte mientras contemplaban los últimos vuelos de las golondrinas. Entonces una voz captó la atención de ambos:
   ―¡Estáis aquí!, os estaba buscando.
   ―¡Papá!―gritó el niño, cuya mayor alegría al día era ver a su padre cuando llegaba de trabajar.
   ―Os estaba llamando y no contestabais―dijo tomando en brazos a su hijo, que corrió a su encuentro nada más verle―. Vamos dentro, hay que cenar antes de irse a dormir.
   Desde el aire, expresando su libertad, esta vez fueron las golondrinas quienes, conforme padre, madre e hijo volvían al interior de la casa, contemplaron a una familia unida resguardarse de la noche.

Supongo que no es algo que haya pasado inadvertido, pero aquel niño, era yo.

Desde entonces guardo en mi memoria aquella tarde. El eco de las golondrinas resuena en mi cabeza cada vez que estoy en el balcón de casa, así como el momento en que descubrí el valor de aquellas tardes de niñez. Mi amor a las aves no es infundado, aquella lección de mis padres me ha hecho relacionar siempre a estos animales con la libertad, compromiso y perseverancia que tienen ambos. Pero hasta no hace mucho desconocía una enseñanza aún por desvelarse. Quitando el polvo a la estantería donde tenía archivado este recuerdo, un último párrafo que nunca había leído me dijo que, igual, no somos tan distintos de aquellas golondrinas.

Y es que nos pasamos la vida rodeados de personas iguales al resto, buscando a los nuestros en mitad de la bandada y luchando por mantenernos en el aire mientras buscamos a esa golondrina especial con la que compartir nido el resto de nuestra vida. Son muchos quienes intentan nublar nuestra búsqueda, ya sea poniéndose en medio de nuestro destino para que no lo lleguemos a ver, o empujándonos hacia el suelo golpeando nuestras alas, anhelando vernos caer. Pero si uno es tan fuerte como estos animales, y logra recorrer esos miles de kilómetros cada año sin descanso, cuya única compañía sean aquellos que nunca te comprendieron, y manteniendo el vuelo por un cielo solitario que parece interminable, al final uno encuentra a esa golondrina que también viajaba buscándote a ti.

Es por eso que hoy agradezco ese encuentro. Hace 25 años, dos golondrinas se convirtieron en familia, y gracias a aquel día hoy puedo estar aquí, leyendo esto en la boda de mis padres casi como un viaje en el tiempo.

Agradezco que me criasen en aquel nido; me enseñaron que yo también tenía alas y debía utilizarlas. A medida que crecía aprendí de ellos a cuidar de los míos, a ser fiel a mí mismo y a lo que quería llegar a ser. Comprendí que toda noche acaba en amanecer, y que cuando llega ese momento, uno es capaz de salir ahí fuera para buscar todo cuanto quería encontrar.

Y así ha ocurrido con los años. Todo cuanto necesitaba ha ido llegando a su tiempo. Esas personas que me encontré nada más nacer y que definen a la perfección lo que significa ser una familia. Los que llegasteis después, vosotros que habéis visto crecer a este niño, que habéis acompañado a mis padres durante toda la vida y que ahora me escucháis ahí sentados. Aquellos que llegaron cuando más lo necesitaba, y otros que lo hicieron cuando menos lo esperaba. Me resulta inevitable sentirme la persona más afortunada del mundo por tener a mis padres, a mi familia, a los amigos y a los sueños con nombre propio que decidieron convertirse en realidad.

Hoy sé, que nosotros también podemos volar, y que todos buscamos nuestro nido, para vivir acompañados de esa golondrina que tantos años nos costó encontrar.


Y por supuesto, como no podría ser de otra forma, agradezco a las mariposas que escuchan estas palabras desde su eternidad, que le dieran la vida a mi madre para que ella pudiese dármela a mí, y poder decir por ellas en su ausencia:

Vivan los novios.

-Vii Broken Crown-

``Ten mi mano, apriétala bien. Ten mi hombro, apóyate en él y a donde nos lleve el viaje iré; contigo iré. Y en tu descanso seré el reposo. Y en tu camino seré el andar. Y al sol mandé a avisar a la brisa que haga saber nuestro caminar´´. -Dime con quién andas, Mägo de Oz-

Dedicado a mis padres, Vicente y María José, que en el día de hoy celebran sus bodas de plata. Espero que este pequeño discurso que leí en vuestro banquete fuese algo que no olvidéis jamás.

1 comentario:

  1. Julia dertes villas23 de agosto de 2017, 22:17

    Que bonito y muchas gracias por compartirlo con nosotros��

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