Silencio... siniestra oscuridad... y soledad.
El sonido de la
nada podía distinguirse bajo un tenue silbido de inexistencia.
Es lo primero en lo
que aún hoy pienso al recordar aquella noche. Santa trinidad de las sombras,
que me amordazó desde el instante en que decidí abrir los ojos. Aún puedo sentir mis agarrotados músculos difícilmente
responder. Débiles piernas que sostenían mi peso a duras penas. Ciegas manos
que buscaban algo de apoyo, y un alma... perdida y olvidada, más débil incluso
que el cuerpo donde vivía encerrada.
A mi alrededor no
encontré más que tinieblas, obligando a mi vista a guiarse por el tacto.
Una vez en pie, dejé a un lado la cama. Cansado aún por el
regreso desde el mundo de los sueños, desperté, no con sueño, más bien como si
hubiera descansado lo suficiente como para no volver a dormir jamás.
Avancé un poco, buscando una luz que encender, pero no
encontré pared alguna. Poco a poco me
invadió una terrible desorientación. Este no era mi cuarto, aún sin ver nada
sabía que no lo era. ¿Cuánto tiempo había dormido?. No encontré un sólo reloj
que observar inútilmente bajo el manto de oscuridad, pero todo apuntaba a que
serían horas cercanas a la madrugada.
Giré la cabeza tras de mí, no estaba solo, ¿me vigilaban?.
No lo creo... era más bien esa sensación de sentir que estás observándote a ti
mismo, como mero espectador de tu vida.
Volví a alzar la vista atrás una vez más, con la
esperanza de esta vez encontrar algo, pero tan solo se alzó un interminable
lienzo de color negro donde dibujar todas mis dudas.
Estaba nervioso, pero no tenía miedo.
Dando gracias a mis
ojos por comenzar a acostumbrarse a la oscuridad, avancé a pequeños pasos, tan
sigilosos que ni yo mismo los escuchaba, hasta que una tenue luz azulada
fantasmagórica iluminó algo en el suelo a pocos metros de mí...
Cuatro cajas.
Pequeños presentes de color negro, no más grandes que una
caja de zapatos. Me agaché frente a ellas, vigilando mis espaldas, desconfiado.
Estaban ahí, perfectamente alineadas y esperando ser descubiertas. ¿Eran para mí?. A pesar de
que la situación se volvía más extraña por momentos, no me atreví a tocarlas.
Algo me hacía pensar en abrirlas, a la vez que una segunda voz
susurraba precaución ante una trampa, como si el miedo a lo desconocido, y la certeza de conocer la verdad, se enfrentaran entre sí. En mitad del silencio nocturno, opté por
seguir los consejos de un eco procedente de todos los lugares a la vez, el cual
sólo repetía una palabra:
``Ábrenos´´.
Así, me acerqué lentamente a la primera de aquellas lúgubres
cajas, temiendo descubrir lo que en su interior se hallaba, pues aún sin
comprender lo que estaba ocurriendo, sentía la necesidad de abrirlas todas. En
su interior encontré una foto. Dos personas de una joven edad, abrazadas y
sonriendo en lo que parecía un bosque mientras se besaban. A pesar de que el
amor era evidente, lo cierto es que percibía algo más, una fría sensación bajo
la instantánea que susurraba un mal presagio.
No sabría cómo explicarlo, pero en aquel momento, miré el
rostro de ambos, y sentí un escalofrío que me recorrió la espalda, como un
oscuro secreto oculto a ojos ajenos que no conocen la auténtica verdad. Quizás le estaba dando demasiada importancia, el caso es que
dejé la foto de nuevo en su interior, pues, aún embelesado por el sentimiento que
desprendía aquella instantánea, me olvidé por un segundo de que junto a mí,
debía descubrir el contenido de las tres cajas restantes que amenazaban como un
macabro rompecabezas.
Destapé el contenido de la segunda con detenimiento, seguido
de un leve bostezo. Allí, encontré un presente más extraño aún si cabe. Dos
nombres:
El de un chico y el de una
chica.
¿Corresponderían a las dos personas de la foto?, era lógico
pensar que sí, pero lo cierto fue, que por más que lo intentaba, ni sus
rostros, ni sus nombres, me resultaban familiares, ni siquiera remotamente
conocidos. Tras el papel que mostraba ambos nombres, encontré además
una pequeña frase, escrita a mano y cubierta de lo que parecían gotas de lluvia
secas:
``Jamás olvidaremos este día´´
Sin duda, aquel instante fue especial para ellos por algún
motivo, pero no comprendía por qué sus pertenencias estaban dentro de aquellas
cajas, y mucho menos por qué alguien las había puesto ahí. ¿Me conocerían
ellos a mí?.
Volví a mirar a mi alrededor. La luz azul que flotaba sobre mí permanecía impasible, dejándome ver tan sólo las cajas y la cama en la que
había despertado. Después de volver a preguntarme una vez más el
sentido de aquella extraña noche, posé mi mano sobre la tercera, la cual,
al tocarla, me transmitió una profunda somnolencia.
Al destaparla, esta vez el resultado fue algo más brusco.
Ante mí, lo que parecía un certificado de
fallecimiento. En un pequeño recuadro,
podía leerse el nombre de la chica anterior, y un poco más abajo, una
descripción:
``La víctima chocó frontalmente contra el vehículo del
demandado cuando este, perdió el control de su turismo bajo los efectos del
alcohol y el éxtasis´´.
Al parecer esta pareja, tuvo su hasta que la muerte os
separe mucho antes de lo que esperaban.
Respirando hondo, dando vueltas sobre mí, pasé las manos por
mi cabeza, agobiado y expulsando el aire con un fuerte suspiro. Y lo cierto es que intenté
engañarme... pero no lo conseguí. La razón fue bien sencilla:
¿Debía pasar por alto el hecho de que sentía una profunda
tristeza?.
Sí, vale, entiendo que es lógico sentirse mal ante una
muerte, pero todos los días muere alguien. En las noticias, en la casa de al
lado, incluso familiares de amigos. Pero esta tristeza... era más cercana.
Siendo sinceros, como humanos somos egoístas, y una muerte ajena,
que no tenga que ver con nuestra vida, muy a nuestro pesar, nos supone un
alivio. Me explicaré;
podemos dar el pésame por la muerte de un familiar, un
abuelo, por ejemplo, pero mientras estrechamos la mano y damos el pésame, en el
fondo, por mucho que lo sintamos de corazón, pensamos; menos mal que no es el
mío...
¡Es así!, siempre ha sido así y nunca lo reconoceremos.
Entonces, ¿por qué no sentía ese egoísmo al ver este certificado de muerte?. ¡Quería
sentirlo!, ¡quería que me diese igual!.
Con un nuevo suspiro, arrugué el documento, rompiéndolo en mil pedazos, lleno de
una rabia que se había apoderado de mí sin ser consciente. Respiré hondo,
recobré la compostura, y dirigí mi mirada hacia la cuarta caja. Me esperaba,
paciente, ocultando una última pieza de aquel enrevesado laberinto mental y
emocional.
Esta vez, una pequeña tarjeta posaba sobre la tapa. Un pequeño
trozo de cartón oscuro, con una simple frase:
``Vive ahora o duerme para siempre´´.
Intimidantes palabras para un alma que cada vez se sentía
más vulnerable. No sabía si me estaba advirtiendo de que no abriera la caja, o
por el contrario, que siguiera adelante, pero lo cierto es que no me detuve, y
la abrí.
Entonces, en el silencio se hizo silencio, la nada, en más nada, y la oscuridad, en realidad.
Allí, no encontré más fotos, ni desconocidos...
No tuve que imaginar lo que sentían, ni el dolor de más
despedidas...
No había más frases con enigmas, ni objetos extraños...
Aquella caja, fría y cruel, contenía algo mucho más
sencillo:
Un espejo.
En aquel momento, mi reflejo me contó una historia. La
historia de que yo era el chico de aquella foto.
Fui yo el que vivió enamorado, y también
el que sufrió aquel accidente, perdiendo lo más importante de su vida.
Tembloroso, toqué con pánico mi frente, y en la yema
de mi dedo, contemplé una gota de sangre que el espejo me había mostrado y no
quería creer.
Rodeado por un abrazo de sombras, sin dejar de mirar aquel
reflejo y luchando contra lo que quería creer y lo real... allí estaba, la
verdad que no quiero aceptar.
Ahora lo recordaba todo...
Aún hoy, el recuerdo de aquella siniestra madrugada de
revelaciones atormenta mi espíritu. Por más que intenté comprender quién puso
aquellas cajas allí, y con qué propósito, nunca lo descubrí.
Lo único que sé, es que recobré un dolor que yacía olvidado,
que a partir de aquel día, debería cargar con un doloroso pasado.
Mi mano jamás volvió a coger a nadie al dar un paseo, ni mi
mente pudo recuperarse de aquello. Estaba condenado a pasar el resto de mis
días como la sombra de lo que fui. Cuantas veces hubiera deseado continuar bajo
aquella amnesia...
Resulta curioso como uno puede perderlo todo en el momento
menos oportuno, ¿verdad?. Un simple pestañeo, y tu mundo cambia para siempre.
Ojalá alguien me hubiera mostrado lo fugaz que es ser feliz, alguien que me
hubiese hecho reflexionar sobre lo que tenía... antes de haberlo perdido.
Mi alma ya no tiene esperanza, este siniestro paréntesis de oscuridad me atrapó para el resto de mis días. Condenado a vivir una
eterna madrugada en la que pierdo la memoria al dormir, y recuerdo al despertar, día tras día, una y otra vez. Un
castigo sin final en este purgatorio del olvido por no haber tenido en cuenta lo realmente importante.
Yo no tengo solución, pero sí puedo evitar que otros caigan
en la misma desgracia, que otros castiguen su alma tal como lo hice yo. Esta vez, seré yo el que os advierta:
Lo más efímero que tenéis, es aquello que pensáis que será
para siempre.
Por favor, recordad las palabras de esta alma en pena enjaulada, recordad, que podéis ser vosotros los que queden atrapados en una madrugada sin final, rodeados por sombras de lo que un día fuisteis, cuya única compañía sea un abrazo de recuerdos rotos.
Cada noche, antes de volver a olvidar... deseo que
aquello no fuese más que una horrible pesadilla...
Quiero volver a verla
sonreír...
y si de verdad se ha
ido... la esperaré...
Pues desconozco si
aún sigo durmiendo...
...o jamás despertaré.
-Vii Broken Crown-
``Ven, recuéstate en mi soledad, la amargura te acariciará. Ven, y dale otra oportunidad a la fría oscuridad´´-Mägo de Oz, El príncipe de la dulce pena IV-
Dedicado a todos los que me dieron la oportunidad de escribir, presentar, dirigir y llevar a escena mi primera obra de teatro, y en especial, a Guillermo Torregrosa, quien le dio vida a esta historia representando la pura perfección.
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