Ruido,
coches, turistas; gente abarrotando las calles. Aquel día hacía frío en el alma.
El certero reflejo de un pueblo que en invierno se transforma en todo lo contrario. La costa mediterránea es lo que tiene, supongo.
Sentado en un banco de hierro, me acomodé con la mirada fija en el frente; allí donde los barcos danzan al pulso de la sangre de Gaia. Quebrando el ambiente frenético de las noches de Agosto, agazapado en aquel asiento, mi rostro irradiaba serenidad, pero mi interior ocultaba una caótica batalla contra un viejo guerrero conocedor de toda debilidad, y cuyo nombre de batalla suele ser ``Reflexión´´.
El certero reflejo de un pueblo que en invierno se transforma en todo lo contrario. La costa mediterránea es lo que tiene, supongo.
Sentado en un banco de hierro, me acomodé con la mirada fija en el frente; allí donde los barcos danzan al pulso de la sangre de Gaia. Quebrando el ambiente frenético de las noches de Agosto, agazapado en aquel asiento, mi rostro irradiaba serenidad, pero mi interior ocultaba una caótica batalla contra un viejo guerrero conocedor de toda debilidad, y cuyo nombre de batalla suele ser ``Reflexión´´.
La gente iba y venía, sin tan siquiera mirarme.
Acostumbrado a ser invisible en mitad de la multitud, no me sorprendió.
¿Demasiados años siendo real, pero sin existir?, es posible.
No me preocupó demasiado, pues tenía otras
distracciones; allí sentado, portaba un libro conmigo que cogí al salir de casa
sin razón aparente. Ya lo había leído, pero justo antes de salir, lo encontré
en un cajón olvidado mientras iba en busca de un bolígrafo. Su cubierta
desprendía un aroma a recuerdos de la que mi alma se perfumó. Fue un libro muy
importante en un momento ya muy lejano de mi vida, con grandes enseñanzas y
páginas con goteras de lágrimas. Tal fue aquella abrumadora nostalgia, que una
necesidad invisible de llevarlo junto a mí aquella noche me hizo cogerlo antes
de salir de casa.
—No puede ser casualidad...—me dije.
Así pues, allí estaba, disfrutando de una
noche de verano. Una de las pocas en las que decidí deambular por las calles
nocturnas; acomodado en aquel banco y releyendo el libro, por algún motivo que
ni yo mismo llegaba a comprender.
Pasado un largo rato, escuché mi nombre a
espaldas de donde estaba. Giré la cabeza ante la llamada, pero no necesité ver
su cara para reconocerla, pues su voz me era muy familiar, suficiente como para
saber de quién se trataba.
—¡Hola!—me dijo eufórica, raptándome en un
abrazo—, ¿qué haces aquí?.
—Nada en especial—respondí sonriendo—,
leyendo un rato fuera de casa.
Eché un vistazo detrás de ella. No iba con
nadie, al parecer también estaba paseando. Le ofrecí que se sentara junto a mí
y aceptó. Tras cerca de una hora poniéndonos al día, los minutos se amontonaban con increíble rapidez. Era algo común en ella, pues solía alterar el tiempo
cuando estaba a mi lado. Lo hacía mucho, y eso me encantaba.
Cuando finalmente se hizo un leve silencio entre los dos, se percató del libro que escondía asomando en mi mochila.
Cuando finalmente se hizo un leve silencio entre los dos, se percató del libro que escondía asomando en mi mochila.
—¿Estabas leyendo?—dijo.
—Lo intentaba—respondí—. La verdad es que ya
lo había leído meses atrás, pero antes de salir lo he encontrado en el cajón y,
no sé, ha sido como si me hubiera pedido venir conmigo.
—¿Y de qué va?—quiso saber.
Yo me encogí de hombros, indiferente.
Yo me encogí de hombros, indiferente.
—Lo de siempre, ya sabes. Chico conoce a
chica, se enamoran, discuten, y tras un periodo de reflexión, acaban por perdonarse
para volver a estar juntos al final del libro.
Conforme terminé
de hablar, lo cerré, observando su cubierta y el ligero tono amarillento de su
páginas, pensativo.
—Supongo que ya me has destripado el final,
¿no?—respondió en una actitud bromista—, aunque sí es cierto que los finales
felices suelen ser lo normal en ese tipo de novelas.
—¿Final feliz?—respondí, arqueando una ceja
y sosteniendo la mirada en la portada del libro.
—¿No acabas de decir que al final, a pesar
de todo, acaban juntos?.
Lentamente, alcé la mirada hacia ella.
—¿Quién ha dicho que la reconciliación sea
siempre un final feliz?.
Por un instante, enmudeció.
—Míralo de este modo—le dije cerrando el
libro—.
Imagina por
un momento que tú eres una de esas protagonistas en las que se centra la trama
principal de una historia de amor. A lo largo de las páginas, se describiría tu
personalidad, tus amigos y familiares, e incluso tu forma de vestir. Por otro
lado, el autor describirá también a quien, en capítulos posteriores, será
alguien sin el que no puedas vivir. Una persona magnífica que desearías haber
conocido muchos años antes. ¿Hasta aquí todo bien?.
—Sí, vale—asintió, prestando una inmensa
atención a mis palabras, al tiempo que no podía contener la risa.
—Bien. Ahora, ponte en esta situación; pasan
los capítulos, os enamoráis locamente, pero entonces, te das de bruces con el
conflicto de la trama, en el cual ambos acabáis enfrentados e intentáis olvidar
todo lo vivido. Pero casi al final del libro, ambos sienten la necesidad de
recuperar ese amor verdadero que, en la ausencia, han descubierto que echaban
de menos.
—¿Y eso no es un buen final?—replicó ella.
—Depende para quién—puntualicé—, pues, ¿qué me
dirías, si durante ese espacio de tiempo en el que cada uno intentaba rehacer
su vida, conociste a una segunda persona que también se enamoró de ti?.
De nuevo, recuerdo su rostro bañado en una inmensa sorpresa y dudas a partes iguales.
—La vida no es justa—continué—, y muchos
acaban destinando su amor a un olvido que en realidad nunca llega del todo.
Estoy harto
de ver como en libros, películas, series o teatros, personajes secundarios
están destinados a ser eso, una nada; un relleno para adornar la trama
principal. Todos te muestran lo mucho que se quieren los protagonistas, pero
nadie se para a pensar en el daño que causaron a su paso a terceros para
alcanzar lo que querían.
—Sí, bueno... supongo que es porque te están contando la
vida de esos dos personajes que, a fin de cuentas, son los importantes—dijo—.
Te muestran sus dificultades para alcanzar lo que tanto ansiaban, su dolor, el
no saber a quién elegir... ya sabes.
Con una media sonrisa, volví a mirarla
fijamente antes de continuar.
—El fin nunca justifica los medios. Si el
camino no es sincero, el final no es merecido.
De nuevo, guardó silencio unos segundos,
apartando la mirada conforme comenzaba a hablar.
—No digo que justifique los medios, si no
que igual, se trata simplemente de eso... tramas secundarias que si tuvieran su
propio protagonista, ocurriría lo mismo.
—¿Sabes cuál es el problema?—dije casi
interrumpiéndola—, que nadie lo hace. Nadie escribe sobre ése que quedó atrás,
con sentimientos aún por estrenar.
No hay
películas en las que el protagonista quede como el malo al haber engañado a
otra chica que no sea su ``amor verdadero´´, al igual que no hay series de televisión en la
que la chica no consiga al joven de turno tras haber hecho sufrir a un tercer
muchacho. A nadie le importa que un secundario acabe desolado mientras uno de los protagonistas termine siendo feliz. El público quiere ver a ``los importantes´´ disfrutando, sin tener en cuenta lo demás.
—¿Quieres
decir entonces—me interrumpió—, que para ti un final feliz sería que esa pareja de personajes
principales no acabasen juntos por haber hecho sufrir a otros?.
Nuevamente pensativo, me incliné hacia
adelante, apoyando mis codos en mis piernas y frotándome la cara, dubitativo.
—No—respondí al fin—, no se trata de eso.
Todo el mundo tiene derecho a que su historia acabe bien, incluidos aquellos
que no acertaron en muchas de sus decisiones. Lo que quiero decir es, que,
adaptado a la vida real, personas que actúan de manera atroz son mucho
más felices que quienes son verdaderamente leales a sus sentimientos.
No es
difícil encontrar a alguien que jugó con las ilusiones de otro alardeando de ser feliz en la actualidad, del mismo
modo que es común encontrarse a gente buena sin ganas incluso de seguir siendo ellos mismo, deseosos de aprender a ser un poco más egoístas.
—Supongo que siempre habrá quien lo dé todo
a alguien que no lo merezca...—suspiró ella.
—Sí... y por eso siempre me siento
identificado con aquellos que no tienen su final justo. Ninguneados por un autor invisible que premia las malas acciones. La vida real está
repleta de actores secundarios que no hacen sino servir de apoyo hasta que
dejan de ser útiles.
—Yo también me he sentido así a veces—respondió con gesto de nostalgia—. Preguntarme una y otra vez por qué hice eso o
aquello, querer dar marcha atrás para no tener que pasar por ciertas cosas. En
ocasiones incluso siento rabia por haber sufrido tanto, por haberlo dado todo a
quien no merecía ni la mitad, incluso cuando era consciente de que, ya no sólo
no recibía lo mismo, sino que cada vez me arrebataban más y más...
—Y supongo que habrás repetido los mismos errores una y otra vez, creyendo que se trataba de alguien diferente—le dije asintiendo con la cabeza.
—Exacto...—respondió
—Sé lo que quieres decir, yo también suelo encariñarme de la misma piedra varias veces. Puede que algunos estemos aquí solo para
ayudar a que otros consigan sus metas, no lo sé...
—La
esperanza es lo último que se pierde.
—Pero
también se cansa de esperar.
Ella me miró. Sus ojos pedían a gritos un
abrazo que no tardé en regalarle.
—Me gustaría poder afirmar que—le susurré
escondido en su pelo—, al fin y al cabo, con el paso del tiempo, todo el mundo
consigue lo que ama, pero los años me han enseñado que no siempre es así.
—Puede que por eso los libros y las
películas nos muestran lo que nos gustaría que ocurriese, dando de lado a la
cruda realidad que disfrazan de tramas secundarias—me dijo sin soltarme.
—Es posible,
al fin de cuentas, se vive de ilusiones, ¿no?.
Ambos sonreímos, contagiados por las
similitudes entre nosotros.
—Sí...—suspiré
mirando al frente—, puede que algún día los personajes secundarios seamos
protagonistas. Por eso, inventé un término para todos aquellos que no tuvieron
la oportunidad de cumplir sus sueños; algo con lo que poder sentirse identificados a pesar de que la vida no les dé esa oportunidad que tanto necesitan.
—¿Y cuál
es?—preguntó interesada, clavando su mirada en el horizonte, tal y como hice yo.
—``Antihistoria´´. Una palabra que utilizo como tributo
a aquellas historias que nunca ocurrieron. Un homenaje a aquel sentimiento que
no llegó a nacer. Un ramo de rosas que adorne el cementerio de una vejez unidos
que jamás llegó, o incluso una llave rota que hubiese abierto el hogar de la
que podría haber sido, una de las parejas más cercanas a la perfección.
Todos hemos tenido alguna vez nuestra pequeña o gran Antihistoria...
Todos hemos tenido alguna vez nuestra pequeña o gran Antihistoria...
—Debería
irme. Se ha hecho tarde.
—La verdad es
que sí.
—¿Qué vas a
hacer?—preguntó.
—Me quedaré
un rato más por aquí, no tengo ganas de ir a casa.
De nuevo, sonrió de tal forma que volvió a
contagiarme su ilusión; solía utilizar aquel hechizo.
—No te preocupes—dijo besando mi mejilla antes de marcharse—. Algún día seremos protagonistas.
Tras un nuevo abrazo,comenzó a alejarse camino de casa. Al sentarme de nuevo en aquel banco, sonreí sin motivo. Tras ello, me percaté de que el libro que había portado conmigo toda la noche, estaba en el suelo. Fue entonces cuando, al recogerlo, sostuve sin querer con mis dedos una página con una frase que, al leerla, clavó un puñal de fuego en mi corazón:
Conforme su
silueta se perdía en la lejana oscuridad de la noche, sentí la caricia de una lágrima deslizarse por mi triste sonrisa, sostuve el libro con fuerza por aquella página, volví a
mirar aquella frase y, despidiéndome de ella, susurré:
—No puede ser casualidad...
-Vii Broken Crown-
``La vida es un jardín donde lo bueno y lo malo, se confunden y es humano no siempre saber elegir´´ -La Rosa de los Vientos, Mägo de Oz-
Sólo te diré tres cosas:
ResponderEliminarHERMOSO, PROFUNDO E INCREIBLE.