viernes, 23 de mayo de 2014

El malabarista

Dicen que las mayores lecciones son esas que no esperabas encontrar, que de un día cotidiano, puede surgir algo que te haga abrir los ojos ante un aspecto de la vida que ignorabas.



No hace mucho tiempo, visité Madrid por primera vez. Esa ciudad que te venden en series de televisión llena de bullicio, prisas, gente y calles con atascos. Un lugar al que la gente nacida en pequeños pueblos como yo, nos puede resultar intimidante, frenética e incluso peligrosa. Una salvaje jungla en la que los relojes esclavizan a las personas sin perdonarles un solo segundo del día, y donde muchos ignoran la belleza de ver el sol esconderse bajo el mar. Por suerte, mi visita a Madrid no me transmitió una imagen tan superficial, todo lo contrario.

Lo que vi al llegar allí, fue un lugar de oportunidades, una ciudad histórica llena de vida en la que jóvenes soñadores aspiran a lograr sus sueños, tumbados en compañía en el césped de los parques, anhelando triunfar en teatros, exposiciones de arte, presentando sus obras como escritores, o llegar a tocar en humildes locales en los que expresar su música. La historia siempre se repite en el bucle infinito de éxitos en el que está inmerso dicha ciudad, desde Calderón de la Barca hasta el más desconocido literato hoy día.

Mientras paseaba por una de sus calles camino de las torres Kio, se cruzó en mi destino por casualidad, uno de estos artistas anónimos que llenan de vida las calles con su arte:

Una chica malabarista.

Esperando junto a una decena de personas a que el semáforo se pusiera en verde, ella permanecía en mitad de la carretera, frente a los coches que también esperaban reanudar su marcha. Parecía muy simpática, de unos veinti pocos años. Saludaba a los conductores y peatones por igual, inclinándose y reverenciando a todos los que le prestaban atención. En sus manos, tenía unos bolos de colores verde, rojo y amarillo, como si fuese ella la que debía dar la señal para cruzar.

Después de dejar bien clara su amabilidad, lanzó los bolos al aire de uno en uno, añadiendo cada vez más y complicando su hazaña. Resultaba fascinante ver su habilidad para coordinar una acción tan compleja, y todo esto, mientras se movía, sonriendo, como si no le costase ningún trabajo. No podía dejar de mirarla, era feliz con lo que hacía y cuyo único propósito se limitaba a entretener, sin pedir nada a cambio.

Por desgracia, nadie le prestaba atención. 
Los conductores traspasaban con su mirada a la chica, ignorando su presencia, y los peatones, inmersos en la pantalla de su móvil o atentos al semáforo. Al parecer los habitantes cotidianos estaban acostumbrados a ese tipo de actos, pero para alguien que nunca había estado en la gran ciudad, resultaba bonito de ver.
Pero hubo un instante, en el que uno de los bolos cayó al suelo, y seguido de este, los demás. La chica malabarista había perdido la coordinación y sus herramientas estaban en el asfalto ante los ojos de todos.

Sorprendentemente, al ver su fallo, todos, conductores y peatones, fijaron su mirada en ella. Esta vez sí que les interesaba, que curioso. 
Ante la acuciante oleada de miradas, la chica, para sorpresa de muchos, no mostró vergüenza, ni agachó la cabeza, de hecho... ¡comenzó a bailar!, ¡celebraba su error!.

Ese día, aquella chica malabarista fue maestra de una gran lección sin ser siquiera consciente de ello.
Me enseñó a ser constante, inmune a las criticas. La gente es fría, egoísta e hipócrita. Muchos no te prestarán atención hasta que te equivoques. Los logros de uno mismo no suelen impresionar a aquellos que no consiguieron cumplir los suyos, convenciéndose a sí mismos de que lo que estás haciendo no tiene valor, que es demasiado sencillo, que cualquiera puede hacerlo, que no vas a lograr nada con eso...

Pero cuando fallas, te caes y vuelves al inicio, por arte de magia, todos muestran interés.

Nos encontramos con signos de egoísmo a diario, de personas que no saben mirar más allá de sus propias frustraciones.
¿Superaste tus estudios?, hay muchos en paro con tu misma carrera.
¿Participas en un concurso?, no creo que ganes, participan demasiados.
¿Perteneces a un grupo de música?, sois novatos, no llegaréis lejos.
¿Encontraste el amor?, seguro que lo dejaréis.

Si esas palabras te afectan, pierdes.

Al dejar que esos comentarios hagan mella en tu interior, estas dándole la victoria a alguien que no cree en ti, que ni siquiera cree en sí mismo y necesita atacar a los demás para sentirse menos inferior.
¿Qué seríamos si no siguiéramos adelante?. 
Nada, absolutamente nada, uno más de una sociedad gris que intenta encasillarnos en un lugar simple, alguien nacido para ser uno más.

Qué triste sería ser como ellos quieren que seas...

¿Qué pude sacar de valor aquel día?. Pues que una vez más, los pequeños momentos marcan la diferencia. Frente a aquella artista callejera, comprendí que todo lo que hagas será puesto en tela de juicio. Que muchos sólo prestarán atención a tus fallos, y no les importarán tus logros porque no los han alcanzado ellos. 

Por eso creo, que todos deberíamos ser como aquella malabarista. Mostrar nuestras habilidades al mundo, tengamos o no la atención de los demás, lo importante es sentirse satisfecho con uno mismo, disfrutar de lo que has conseguido tras el esfuerzo que otros pasan por alto. Y si te caes, te equivocas, no temas, alza la vista hacia arriba y mírales a los ojos desafiante, que vean que no te afectan sus opiniones.
Para ser bueno en algo hay que empezar desde abajo, por eso, si erras, celebra que has aprendido algo nuevo que no hay que hacer, pero nunca abandones, no les des la razón.

Creo que la primera decisión que debemos tomar, es si queremos ser espectadores o artista, mirar o que te miren, ignorar o ser ignorado, decidir un bando en el que convertirnos en uno más, o alguien a quien recordar.
Dudo mucho que aquel día, la joven chica malabarista imaginara por un segundo que alguien escribiese sobre ella. Dudo que, en mitad de esa multitud que la ignoraba, supiese que a alguien le había dado una lección de la vida, y sus habilidades no cayeron en el olvido, al menos, no para todos, pues aquel día, fue mi maestra por unos minutos, y desde entonces siempre recordaría... que hay que bailar al equivocarse...




Por eso, la próxima vez que alguien sienta que es mejor que tú, recuerda:

Quien cree ser perfecto ya se está equivocando.

-Vii Broken Crown-

``Si lloraste al caer, ríete al levantar´´-Mägo de Oz, Sigue la Luz-

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