Dicen que las mayores lecciones son esas que no esperabas
encontrar, que de un día cotidiano, puede surgir algo que te haga abrir los
ojos ante un aspecto de la vida que ignorabas.
Lo que vi al llegar allí, fue un lugar de oportunidades, una
ciudad histórica llena de vida en la que jóvenes soñadores aspiran a lograr sus
sueños, tumbados en compañía en el césped de los parques, anhelando triunfar en
teatros, exposiciones de arte, presentando sus obras como escritores, o llegar
a tocar en humildes locales en los que expresar su música. La historia siempre
se repite en el bucle infinito de éxitos en el que está inmerso dicha ciudad,
desde Calderón de la Barca hasta el más desconocido literato hoy día.
Mientras paseaba por una de sus calles camino de las torres
Kio, se cruzó en mi destino por casualidad, uno de estos artistas anónimos que
llenan de vida las calles con su arte:
Una chica malabarista.
Esperando junto a una decena de personas a que el semáforo se
pusiera en verde, ella permanecía en mitad de la carretera, frente a los coches
que también esperaban reanudar su marcha. Parecía muy simpática, de unos
veinti pocos años. Saludaba a los conductores y peatones por igual,
inclinándose y reverenciando a todos los que le prestaban atención. En sus
manos, tenía unos bolos de colores verde, rojo y amarillo, como si fuese ella
la que debía dar la señal para cruzar.
Después de dejar bien clara su amabilidad, lanzó los bolos
al aire de uno en uno, añadiendo cada vez más y complicando su hazaña.
Resultaba fascinante ver su habilidad para coordinar una acción tan compleja, y
todo esto, mientras se movía, sonriendo, como si no le costase ningún trabajo.
No podía dejar de mirarla, era feliz con lo que hacía y cuyo único propósito se limitaba a entretener, sin pedir nada a cambio.
Por desgracia, nadie le prestaba atención.
Los conductores
traspasaban con su mirada a la chica, ignorando su presencia, y los peatones,
inmersos en la pantalla de su móvil o atentos al semáforo. Al parecer los
habitantes cotidianos estaban acostumbrados a ese tipo de actos, pero para
alguien que nunca había estado en la gran ciudad, resultaba bonito de ver.
Pero hubo un instante, en el que uno de los bolos cayó al
suelo, y seguido de este, los demás. La chica malabarista había perdido la
coordinación y sus herramientas estaban en el asfalto ante los ojos de todos.
Sorprendentemente, al ver su fallo, todos, conductores y
peatones, fijaron su mirada en ella. Esta vez sí que les interesaba, que
curioso.
Ante la acuciante oleada de miradas, la chica, para sorpresa de
muchos, no mostró vergüenza, ni agachó la cabeza, de hecho... ¡comenzó a
bailar!, ¡celebraba su error!.
Ese día, aquella chica malabarista fue maestra de una gran
lección sin ser siquiera consciente de ello.
Me enseñó a ser constante, inmune a las criticas. La gente
es fría, egoísta e hipócrita. Muchos no te prestarán atención hasta que te
equivoques. Los logros de uno mismo no suelen impresionar a aquellos que no
consiguieron cumplir los suyos, convenciéndose a sí mismos de que lo que estás
haciendo no tiene valor, que es demasiado sencillo, que cualquiera puede
hacerlo, que no vas a lograr nada con eso...
Pero cuando fallas, te caes y vuelves al inicio, por arte de
magia, todos muestran interés.
Nos encontramos con signos de egoísmo a diario, de personas que no saben mirar más allá de sus propias frustraciones.
¿Superaste tus estudios?, hay muchos en paro con tu misma carrera.
¿Participas en un concurso?, no creo que ganes, participan demasiados.
¿Perteneces a un grupo de música?, sois novatos, no llegaréis lejos.
¿Encontraste el amor?, seguro que lo dejaréis.
Si esas palabras te afectan, pierdes.
Al dejar que esos comentarios hagan mella en tu interior, estas dándole la victoria a alguien que no cree en ti, que ni siquiera cree en sí mismo y necesita atacar a los demás para sentirse menos inferior.
¿Qué seríamos si no siguiéramos adelante?.
Nada, absolutamente nada, uno más de una sociedad gris que intenta encasillarnos en un lugar simple, alguien nacido para ser uno más.
Qué triste sería ser como ellos quieren que seas...
¿Qué pude sacar de valor aquel día?. Pues que una vez más, los pequeños momentos marcan la diferencia. Frente a aquella artista callejera, comprendí que todo lo que hagas será puesto en tela de
juicio. Que muchos sólo prestarán atención a tus fallos, y no les importarán tus
logros porque no los han alcanzado ellos.
Por eso creo, que todos deberíamos ser como aquella
malabarista. Mostrar nuestras habilidades al mundo, tengamos o no la atención
de los demás, lo importante es sentirse satisfecho con uno mismo, disfrutar de
lo que has conseguido tras el esfuerzo que otros pasan por alto. Y si te caes,
te equivocas, no temas, alza la vista hacia arriba y mírales a los ojos desafiante, que vean que no te afectan sus opiniones.
Para ser bueno en algo hay que empezar desde abajo, por eso, si erras, celebra que has aprendido algo nuevo
que no hay que hacer, pero nunca abandones, no les des la razón.
Creo que la primera decisión que debemos tomar, es si
queremos ser espectadores o artista, mirar o que te miren, ignorar o ser
ignorado, decidir un bando en el que convertirnos en uno más, o alguien a quien
recordar.
Dudo mucho que aquel día, la joven chica malabarista imaginara por un segundo que alguien escribiese sobre ella. Dudo que, en mitad
de esa multitud que la ignoraba, supiese que a alguien le había dado una lección de la
vida, y sus habilidades no cayeron en el olvido, al menos, no para todos, pues
aquel día, fue mi maestra por unos minutos, y desde entonces siempre recordaría...
que hay que bailar al equivocarse...
Por eso, la próxima vez que alguien sienta que es mejor que tú, recuerda:
Quien cree ser perfecto ya se está equivocando.
-Vii Broken Crown-
``Si lloraste al caer, ríete al levantar´´-Mägo de Oz, Sigue la Luz-
es genial esto que has escrito! enhorabuena ! No podría estar más de acuerdo
ResponderEliminarQué bueno eres. Joder.
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