Recuerdo que...
En 4º de la ESO, a
punto de terminar la secundaria, hice el que aún hoy, considero el viaje de mi
vida. Un último viaje con aquellos compañeros que veía todos los días desde los 3 años.
Carlos, Fran, Laura, Lidia, Jose Antonio, Jose Emilio, María... estaban todos juntos, en un
viaje en donde los grupos del recreo no existían. No había futboleros, ni ligones, ni solitarios, esta vez éramos todos iguales; una clase que pronto se diría adiós, y cuya última aventura tendría lugar en París, durante toda una semana.
Sí, teníamos 16 años, unos críos, pero siempre recordaré
aquel viaje lleno de magia y momentos inolvidables. No solo por visitar
Disneyland, sino porque, lo mejor de aquellos días, fueron las noches en el
hotel. Sin parar de hacer nuestras tonterías de siempre, riendo, luchando contra la
barrera que separaba a alumnos de profesores, convirtiéndose los unos en los
otros en amigos.
Aquellas tardes lluviosas por calles francesas, subidos a un tiovivo, a lomos de un caballo, con paraguas, simplemente, por que sí. Aún me río cuando me acuerdo de un día que nos perdimos de camino a la Torre Eiffel. Despistados, como siempre, nos despistamos del grupo de profesores, y tuvimos que llegar por nuestros propios medios.
Aún hoy, no puedo contener la risa al recordar a Laura y María, gritando a voces por las calles: ``¡¿Alguien me entiende?!´´.
Aquellas tardes lluviosas por calles francesas, subidos a un tiovivo, a lomos de un caballo, con paraguas, simplemente, por que sí. Aún me río cuando me acuerdo de un día que nos perdimos de camino a la Torre Eiffel. Despistados, como siempre, nos despistamos del grupo de profesores, y tuvimos que llegar por nuestros propios medios.
Aún hoy, no puedo contener la risa al recordar a Laura y María, gritando a voces por las calles: ``¡¿Alguien me entiende?!´´.
¿Y qué decir de nuestras travesuras?. Sin duda no podian
faltar, a fin de cuentas, éramos nosotros. ¿Quién de ellos no recuerda el último día, a punto de subir en el autobus para volver a casa, los
tarros de mermelada puestos en línea frente a la fachada del hotel, con un
petardo incrustado, y explotando todos a la vez pintando de fresa los cristales de la entrada?. Sin duda el trato que nos dieron los dueños quedó vengado.
Aún conservo muchas de las fotos de aquellas noches. Todavía
huelen a felicidad. A veces las miro, y pienso... que aunque han pasado muchos
años, y más que pasarán... en el fondo... seguiremos siendo siempre esos
pequeños traviesos de paseo por París.
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