jueves, 4 de abril de 2013

El lobo

Érase una antigua historia bajo una fría noche de invierno.

A la sombra de las estrellas, cubierto por un manto de verdes hojas caídas al resguardo de un árbol, una madre lupina de crin gris trajo a la vida a dos cachorros indefensos. Uno de ellos heredó el tono grisáceo y mirada oscura de su madre, mientras que el otro nació con un inusual pelaje blanco y ojos azules.
La manada acogió a los dos pequeños, que jugaron y crecieron a lo largo del tiempo bajo la atenta mirada de su madre.



Pasaron los días, creciendo sin preocupaciones...
Pasaron los años, convirtiéndose en adultos...

El paso del tiempo hizo que los hermanos dejaran a un lado su tierna infancia para así convertirse en aquellos que un día deberían liderar a la manada. Una vez llegados a su juventud, el mayor de los hermanos y de oscuro pelaje, llegó a conocer a quien sería su alma gemela, a diferencia de su hermano de piel blanca, que no consiguió hacer lo mismo, no aún...
Ambos hermanos, junto a otros jóvenes de la manada, escapaban cada tarde en grupo por las montañas, conociendo nuevas amistades. De aquellas preciosas y elegantes nuevas amigas, unas se convirtieron en algo más para muchos, otras, en cambio, se marcharon con el tiempo.

Mas aún así, el joven de crin pálida esperó...

Al atardecer, cazaban a lo largo de todo el helado paisaje, cooperando los unos con los otros para abastecerse a sí mismos y a la manada. De aquella complicidad, de trabajo en equipo, nacieron nuevas relaciones. A menudo sus amigos intentaban impresionar, intentando capturar más presas que otros, para más tarde ofrecérselas a aquellas que cuidaban de los cachorros del cubil.

Mas aún así, él esperó...

Ayudó incluso en una ocasión, a demostrar la fuerza de uno de sus compañeros, dejándose ganar en combate para que su compañero lograra impresionar a la luz de sus ojos.

Mas aún así, él continuó esperando...

Pero el Hijo Blanco, objetivo de miradas indiscretas que le acusaban por sus diferencias, y por ser el único de su familia en no haber encontrado aún el amor, no quiso renunciar a su esperanza por encontrar a aquella que tanto esperaba conocer. A menudo, durante las frías noches en las que era el único que aún dormía a solas, sus ojos celestes reflejaban la tristeza de sus pensamientos. ''¿Por qué nací diferente?'' pensaba una y otra vez; ''Sólo quiero tener lo que cualquiera desearía''.
Su madre, ya avanzada en edad, solía dormir junto a él, leyendo las angustias de su mirada, e intentando, al menos, consolar su soledad de alguna forma.
Durante una noche gélida de caza, donde los vientos mecían los árboles dejando caer la nieve que en ellos se posaba, el lobo se perdió en mitad de la oscuridad. Buscó, olfateó a sus compañeros, pero por más que lo intentó no encontró ni a su hermano, ni a los compañeros de caza. Mas aún así, para su sorpresa, encontró algo que llevaba buscando mucho más tiempo...

Allí estaba.

Aquella quien soñaba conocer, frente a él, en la lejanía. Era perfecta, sin nada que ver a todo lo que había visto antes. Se acercó a ella corriendo, pero esta, al percatarse de su presencia, hizo lo mismo. Conforme lograba acercarse a ella, esta huía. ¿Tenía miedo? ¿Era un juego? no le importaba. La había encontrado. Entre un bosque decorado de nieve la persiguió incansable. Dejando un rastro de huellas con un aroma a pura magia, el Hijo Blanco esquivó árboles, rocas y ríos helados con la mirada al frente en mitad de la oscuridad del invierno, con el único pensamiento de alcanzar a quien tanto tiempo esperó. Quería verla de cerca, tener la oportunidad de conocerla al fin. ''Es ella'', se repetía a sí mismo una y otra vez, ''No sé por qué, pero sé que es ella''.

Finalmente, el Hijo Blanco llegó al filo de un acantilado. Creyó haberle perdido la pista. Mirando de un lado a otro, buscaba frenético aquella joven que, por algún motivo, sabía que debía conocer. No cesó en su empeño de encontrarla hasta que se percató de que se encontraba al otro lado del mismo acantilado. No había forma de cruzar, pero no le supuso un gran impedimento. No le importaba en absoluto cómo había cruzado hasta allí, pues, por primera vez, con una caricia en su alma, sus miradas se entrelazaron.

Él la observaba con incredulidad, su belleza era digna de un sueño y su sonrisa desprendía luz de su rostro.Sus ojos eran plateados y su pelaje pálido como él mismo, algo que nunca había visto antes, pues pensaba que tan solo él poseía tal color. Ella, le miró con aires de superioridad, dando a entender que era difícil conquistarla, pero esto no desalentó al joven lobo.

Pasaron las horas, y ambos no dejaban de mirarse, separados por aquel enorme abismo lleno de estrellas reflejadas en el lago de lo más profundo del acantilado que les separaba, hasta que ambos, cayeron rendidos al sueño mientras sus ojos, lo último que vieron, fueron los del otro.
El Hijo Blanco despertó cubierto por una capa de nieve que se quitó con un fuerte escalofrío. El día no empezó bien para él, pues ella ya no estaba, se había marchado. Aprovechando la luz matinal, aprovechó para buscar el camino por el cual la noche anterior, ella había atravesado el acantilado, pero no encontró ni sus huellas, ni por dónde cruzar; ''no fue un sueño'', se dijo, ''sé que no lo fue''.

A la noche siguiente, el lobo volvió al mismo lugar, portando unas rosas en su boca con la esperanza de que ella volviese. Y así fue, allí estaba incluso antes que él, esperándole sonriendo como si compartieran el pensamiento de que ambos tenían que volver una vez más a aquel lugar. Sonrió, avanzando tan inconscientemente, que casi se precipita hacia el abismo.
Con cuidado se acercó a ella y dejó las rosas en el suelo lentamente sin dejar de mirarla, con las orejas hacia atrás, con gesto inocente de timidez. Tras esto, ella continuó sonriendo. El hijo blanco, al ver que ella no se acercaba a recoger las rosas, que permanecía al otro lado del acantilado que continuaba separándoles, decidió alejarse por si sentía miedo hacia él. Así pues, tras esperar y comprobar que aún así ella desconfiaba, le dijo; ``Volveré mañana, estas rosas son para ti, cógelas, por favor´´.

Ella asintió, sonriente, y el Hijo Blanco se marchó.

Al día siguiente volvió a aquel acantilado, llevándole esta vez algo de comida como símbolo cortés.
Pero al llegar allí, tan solo vio las rosas que dejó el día anterior en el suelo, marchitas y congeladas por el frío. Esto entristeció al lobo, pues supuso que a la joven no le gustaron.
Mas tarde, tras la colina sobre la que solía sentarse cada noche, vio acercarse de nuevo a su alma gemela, caminando hacia él lentamente con su hermoso pelaje blanco. Con un nuevo intento, y pasando por alto el detalle de las rosas, le ofreció la comida que trajo para ella con la esperanza de que esta vez, le gustase su regalo. Ella continuaba sonriendo pero con más timidez, lo que hizo creer al lobo que debía volver a alejarse para que su amor se acercara. ''No tienes por qué comer ahora...'' le dijo. ''Si para ganar tu confianza debo volver a irme, lo haré''. Ella miró la comida frente al joven lobo, ignorando las rosas que no recogió. La bella loba plateada sonrió una vez más, y asintió.

Así pues, el Hijo Blanco cumplió su palabra, y se marchó...

Llegada la tercera noche, el lobo volvió a acercarse al mismo lugar, pero con cierto temor por si había vuelto a rechazar su regalo. A pesar de ello, trajo consigo un nuevo presente; portaba en su boca un colgante que encontró cerca de un poblado humano y cuyo grabado le recordaba a ella.
Pero pronto se percató de que solo él volvió aquella noche, y que tanto las rosas, como la comida que le ofreció, permanecían en el suelo, olvidados y rechazados por su amor. Mas aún así, continuó esperanzado...
Cuando ella volvió a aparecer tras la colina al otro lado del abismo que los separaba, el Hijo Blanco arrojó el collar hasta el otro lado con fuerza para que este cayera frente a ella. La hermosa belleza de crin plateada contempló el collar con detenimiento. Alzó la vista, sonrió al Hijo Blanco, y arrojó el collar al fondo del acantilado.
El joven lobo, incrédulo e impotente, contempló como aquel último regalo caía hasta olvidarse para siempre en el fondo del gélido lago de allí abajo, ahogando con el sus ganas de seguir teniendo esperanza.
''¡¿Por qué lo has hecho?!'' gritó. ''¡¿Acaso no ves lo que significa?!
Ella sonrió.
''¡No te rías!, ¡¿acaso te divierte?!
Ella mantuvo su sonrisa.
¡Basta ya!

Desolado, y sin comprender la reacción de su amada, dio la espalda a quien una vez iluminó sus ganas de ser feliz. Corrió enfurecido de tristeza, dejando caer lágrimas destinadas a ser copos de nieve a su paso, hasta regresar al cubil donde por primera vez, no le importó que los demás se percataran de sus desgarradores desvelos.

El lobo blanco lloró durante días, sin salir del hogar ni siquiera para cazar. Su sufrimiento era tal, que su hermano mayor, de piel oscura, al que tanto envidiaba por haber logrado alcanzar ese sentimiento tan lejano para él, se acercó  y le preguntó qué le ocurría. Éste relató lo sucedido a su hermano. Le dijo que cada noche quedaban en aquel acantilado, que era preciosa, y que a pesar de aceptar sus regalos, nunca se los llevó con ella. El hermano mayor escuchó en silencio toda la historia, pero en silencio, esa misma noche, viajó hasta el lugar que le relató su hermano con la esperanza de encontrar a aquella hermosa loba para pedir explicaciones por su comportamiento.
El Hijo Blanco aguardó en el hogar con el anhelo de que su hermano trajera buenas noticias al amanecer. Con el primer rayo del alba, el Hijo Negro apareció frente a las puertas del cubil. Pero su gesto no alegaba nada bueno. Rápidamente el Hijo Blanco preguntó qué había ocurrido aquella noche. Quería... no... necesitaba saber cuál había sido la conversación de ambos, pero su hermano mayor, sin mediar palabra, le abrazó. El joven lobo de crin pálida no pudo dejar escapar una lágrima sobre el pelaje de su hermano, pero no tardó el volver a pedir explicaciones, a lo que su hermano mayor respondió tajante:
''Olvídalo. Nada de lo que has sentido fue real...''

El Hijo Blanco, muy enfadado se levantó y gritó que no tenía ningún derecho a juzgar lo que sentía, que no tenía ni idea de lo que significaba ella para él y que jamás sintió algo tan fuerte. Sabía con todas sus fuerzas que ya le tocaba a él ser feliz junto a alguien como todos los demás. Pero el lobo negro continuó negando sus sentimientos, afirmando que ella jamás le amaría. El Hijo Blanco enfureció, y arremetió contra su propio hermano.
La lucha fue sangrienta, y aunque el lobo pálido atacaba con fiereza, el mayor tan sólo se limitaba a defenderse. Cuando la nieve se tintó de rojo, y el hermano del Hijo Blanco cayó tendido en el suelo tras los ataques de este, el menor se acercó a él, arrepentido de sus actos mientras contemplaba sus patas tiznadas de rojo y blanco.

El lobo de piel oscura le explicó entre susurros, exhausto, que sus sentimientos hacia ella puede que fueran reales, pero que la destinataria de tanto amor no lo era. Que jamás sería correspondido.
Un último ''por qué'' salió de los labios del Hijo Blanco. Algo que siempre se arrepentiría de preguntar.

Le dijo que olvidase, que no llorase lágrima alguna...
Le dijo que olvidase, que se había enamorado de la Luna...

El Hijo Blanco no quiso creerlo. Patidifuso, huyó lejos del hogar para no volver jamás. Marchó corriendo con lágrimas en los ojos hacia aquel acantilado a comprobar si sus temores eran ciertos. De camino al lugar de siempre, decenas de recuerdos de aquellas noches pasaron por su mente. Viejas huellas de sí mismo se resistían a quedar sepultadas por la nieve. Sus lágrimas se congelaban antes de caer al suelo, dejando un rastro de eterna melancolía, luchando por llegar cuanto antes al lugar de siempre, desgarrando su propia piel contra el suelo e intentando convencerse de que su hermano estaba equivocado.
Finalmente llegó a su destino.
Allí, volvió a encontrarse con su amor, frente a frente y por tanto, la verdad.
Estaba allí, sobre las rosas marchitas que una vez le ofreció, pero fue entonces cuando descubrió, que ella jamás había posado al otro lado del acantilado, sino que, desde que se conocieron, le observó desde el manto del cielo nocturno...
Fue tal el choque con la realidad, que su alma en pena quedó allí llorando por toda la eternidad.


Y allí sigue, noche tras noche, año tras año, siglo tras siglo al filo de aquel acantilado; un lobo blanco tumbado frente a la Luna, amando lo inalcanzable y observándola con sus ojos azules. Esperando, llamándola en cada aullido para que algún día, baje del cielo y le abrace para romper su maldición, aunque sepa que nunca ocurrirá.



Y es que si hay algo que este joven lobo aprendió, es que por mucho que digan que todos consiguen a la persona que aman, la realidad es, que los amores imposibles... también existen.

-Vii Broken Crown-

``La Luna insiste en afirmar que pena por amor, que es fruto de una maldición´´ -El paseo de los tristes, Mägo de Oz-


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