sábado, 11 de octubre de 2014

Senderos plateados

Unos dulces susurros primitivos me inspiraron en el deleite de los sentidos como
placentero goce bajo la copa de vino. Tan embriagadora, tan desnuda y a la vez tan
enigmática a la par que oscura. Cada día vestiase ante nosotros tan similar como la bella
joven acudiendo a las citas de su amante, preparando nuestros ojos con cada mirada.



Una inocencia perdida con la vista, y una vista hipnotizada tras la belleza. Cuan
dichosas suenan las palabras aún relatando sencillos instantes. Fluya pues el lector a
través de las letras del joven escritor si me puedo considerar en tal posición:
La ligera cuesta arenosa se vistió de plata iluminada en la noche estrellada. La
soledad huyó de aquella senda que pareció recibirnos con nuestras risas, tan fugaces e
intensas como los cuerpos celestes sobre nosotros.

El mismo manto celeste pareció volverse terrenal en aquellos instantes en los que caminábamos deseosos de algo nuevo.
La Luna, vigilante de milenios observaba en la inmensa quietud de un paisaje tan
infinito como misterioso. El suave contacto en la infinita pasarela natural con la
delicada y fría arena nocturna recorrió cada uno de los recovecos de nuestra alma tan en
calma como el sonido de las aguas acariciando la costa.
Dos gigantes de piedra que abrazaban el vasto límite de la tierra mantenían la sorpresa en nuestro rostro. Eran los testigos del tiempo y los guardianes de aquel eterno lugar con su belleza.

Imperecederos con cada visita y sin ella. Aquel día sin duda nos convertimos en los reyes de tal lugar.

Tras un calmado andar, no solo la pasarela pareció abrirse tan infinita como al
inicio, algo en nosotros se abrió de igual forma. Las ataduras de la civilización quedaron
deshechas ante un nuevo latir. Estábamos juntos como una familia. Como si toda una
vida hubiera pasado ante nosotros. Aquella naturaleza descubrió una sabiduría
primigenia en lo más profundo de nosotros:
Cierra los ojos, notas como la naturaleza entra dentro de ti—dijo mi querido hermano.
Noté como el agua nutría cada resquicio de mi ser bajo la planta de mis pies al igual que las raíces alimentan el tallo de la bella flor, sintiendo como si siempre hubiera formado parte de aquel lugar. Muy en el fondo supe que así se trataba. Fluir era la respuesta a aquel goce.
Plateada luna llena, testigo de generaciones, manto terrenal ajeno a las horas. Algo
en nosotros se iluminó ante ti como se iluminan los caminos. Tu fuerza extendió las
mareas y tu belleza amplió miradas.

Ascendimos pues, por bajas rocas sobre la arena, paralelos a los gigantes costeros.

Las olas desafiaban bajo nosotros. Unas escaleras descendían hacia las mismas aguas
como si el camino en verdad continuara, tentándonos a seguir nuestros pasos. Soñar con
aquella posibilidad pareció transformarnos en niños por unos instantes: ingenuos, fáciles
de sorprender, inquietos. La risa se convirtió una vez más en nuestra guía por aquellos
lugares, y nuestras voces, la llama que nunca se apagaba durante la noche al igual que
nuestra unión.
Del mismo modo que en la ida, nos dejamos llevar con la vuelta, iluminados en la
plateada estampa. Una estampa que inspiraría a cualquier artista. Movido por una
llamada interna ajena a las palabras, giré mi rostro hacia el lugar donde la vista se abría.
Contemplé que el camino que la luna iluminaba, emergía en las mismas aguas reflejado
por la Luna e invitándome a volver, suspirándome por el reencuentro. Tarde o temprano
sé que volvería a acudir a la cita, sé que volvería a retornar a la llamada como hizo Buck
en los lúcidos trazos de London.

Siempre hay algo salvaje en nosotros mismos, en nuestro corazón, esperando a ser descubierto. Ni siquiera las palabras alumbran tal concepto, es la vida la que brilla con la llamada. ¿Escuchas el oculto rumor de la noche?.
La mañana acudió como de costumbre mientras anhelaba volver para reencontrarme con ella al igual que conmigo mismo. Las horas se sucedieron hasta que de nuevo el manto celeste volvió a embadurnar la tierra con su infinita presencia.
Algo en mí supo que aquel lugar esperaba mi llegada.
Algo oculto en mi alma volvió a escuchar la llamada y entonces con la calma de alguien que espera una noticia que a la vez desconoce cómo será, me embarqué junto a uno de mis hermanos hacia el
reencuentro. Ambos deseábamos lo mismo. Supimos que el instante era nuestro porque
la llamada latía en nosotros.
El camino se sucedió de igual forma. Los dos gigantes nos dieron la bienvenida de nuevo aunque por un momento creímos vernos hacia algo distinto.
Ya no había límite entre el cielo y el mar, ambos se sucedían ante nosotros tan unidos como únicos. Una tersa neblina vestía el ambiente como visten las faldas sobre la silueta de una delicada mujer.
Aquella mujer vestida de noche pareció danzar con nuestros sentidos mientras de nuevo acariciaba nuestros pies.

Las palabras de mi amigo se sucedieron tan sinceras como el sonido de su corazón
tras el silencioso espacio que nos rodeaba. Un espacio tan onírico que igualmente nos
hizo soñar despiertos imaginando toda clase de sucesos. Todo era posible y todo tenía
sentido más allá del mismo sentido de las cosas, en la auténtica naturaleza que la noche
despierta al igual que hace el día.


Acude a la llamada, observa por un momento el sendero plateado y déjate llevar bajo el latir de tu propia naturaleza.

Dedicado a todos aquellos que siempre o en instantes diversos hemos descubierto bajo la noche una belleza tan grande y a la vez distinta que la que se vive a plena luz del día.

Este texto está inspirado en dos noches
vividas en la playa de Fuente del Gallo, Conil
de la Frontera, Cádiz.

Publicación original de José Manuel García Bustos, fiel lector de este blog y rebosante de talento literario.

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